Hermanitos chulos;
Increíblemente, fíjense que, justo esta mañana que andaba buscando unos papeles de mi carro, me encontré esta mi “babosadita” que les conté hace unos años, en un foro “guanaco” y, como es representativa del bello ambiente ya de verano que se empieza a respirar allá en la “Tierra Linda”, me apresto a contárselas esta vez a ustedes mis queridos/as hermanitos “buchones/as”, esperando por supuesto, que no les aburra y que la tomen como un relato sobre algo tan hermoso de nuestras ricas costumbres.
Bueno ya basta de hablar de cangrejos y chacalines, mejor hablemos de algo que este mes de Octubre me trae a la memoria, aquellas tardes tan refrescantes y llenas de esperanza...allá en el pueblo, sobre aquella loma (camino a la “piscina”), justo después de saber que...¡habíamos pasado de grado! y, con el merecido permiso, nos encaminábamos a gozar de una placentera y amena tarde en el centro recreativo del lugar Tutunilco, junto al río. Me recuerdo de una tarde en particular (creo que cuando salimos del cuarto grado); habíamos planeado irnos desde la mañana pero, los primos de Chepe Toño ( ¡y también sus primitas!), habían anunciado que ¡llegarían ese día, temprano!, llegaron como a las 11 y nuestros papás nos hicieron comer los “sandwiches” en la casa de Oscar y salimos barajustados rapidito, todavía con la boca llena de pan, queso, crema, frijoles y huevo.
Oscar se llevó el burro de su abuelito, Ramón su bicicleta, don Tanis arregló la carreta y pues, nos fuimos todos contentos, cantando aquella canción que dice “Yo tengo una borreguita, que cuando va cargadita, cruzando la veredita, bailando gaita...bailando va!”
Al pasar por aquellas gigantescas ceibas, la brisa que se colaba por entre las ramas y troncos de estas, suavemente rosaba nuestros cuerpecitos, erizando nuestros vellos y apretujando nuestros corazones que, palpitando aceleradamente, ¡parecían como queriendo salirse de nuestros pechos! Al llegar a la cima de la loma, el papá de Roberto nos anunció que, al atardecer -cuando estuviéramos regresando- encumbraríamos unas piscuchas. ¡Púchica mano! yo al señor ese, le tenía un gran miedo por que era muy serio pero, después de darnos unos tremendos chapuzones y jugar en la piscina y comer mangos y guayabas y caimitos y pepetos (las últimas frutas de ese invierno), empecé a tenerle confianza y hasta ya me gustaba oír sus chistes y relatos.
La pasamos bien chévere y ya como eso de las 5, los señores y sus señoras (que ya se habían despertado de sus siestas), anunciaron que era tiempo de irnos de regreso para el pueblo; al subir la loma, todos RECLAMAMOS el encumbramiento de las piscuchas y..... ¡ahí si que de plano!, la tarde se volvió mágica y hermosa, don Raúl empezó con una piscucha sin cola, ¡uta primos!, aquella daba vueltas y vueltas hasta que se trabó con otra piscucha de otros por allá, después mi tío Balta encumbró un barrilete con cara de chino que después de unos 15 minutos, se rompió con la brisa que a esta hora, era viento fuerte proveniente del suroeste; para terminar, don Esteban (el maestro del pueblo para los barriletes), le había regalado al papá de Carlos “tetunte”, un barrilete triple...sin paja ¡¡¡era un TRIPLE!!! Este era como de 3 cajas, juntitas una a la otra, era así como en 3-D, es decir como en 3 dimensiones. El viento le entraba por la izquierda, así como por a derecha y, al encontrarse las ráfagas, el barrilete daba unas volteretas como de “mico de circo”, recuerdo que tuvieron que agarrarlo entre 3, es que, ya estaba bien fregado el viento y allá por las cimas de las lomas, se empezaba a poner obscuro el horizonte que, inevitablemente palidecía el ambiente, así las cosas, decidieron dejar ir al barrilete, le cortaron el lazo y el barrilete se fue...y se fue..... yo le vi lentamente alejarse (con mucha melancolía y desgano), hasta parecer tan solo un puntito negro allá en la distancia aérea.
Empezamos el regreso con mucha tristeza y en un silencio total; llegando a las orillas del pueblo, pasando por la Colonia El Mico, la última tormenta del invierno nos dio un recordatorio sobre la importancia y majestuosidad de la naturaleza.....sin ánimo, ni aliento para correr, todos dejamos que esas gruesas gotas de agua, nos cayeran sobre nuestras espaldas y cabezas, como un pago -quizás-, por el agradecimiento al Todopoderoso por esa maravillosa e inolvidable tarde octubrina...tan característica y única de la “TIERRA LINDA” que es ¡Armenia!
Salú,
El Monsiour.
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