Apenas a eso de las 6 de la tarde, las mamás andaban ya ajuntando a sus bichos y metiéndolos a la casa con el consabido:
"¡Métanse ya cipotes, no vaya a ser que les salga la llorona y los deje todo jugados!" Lo sorprendente, fue que en esta ocasión, los cipotes no refunfuñaban para nada y sin mucho que decir, se despedían de sus cheritos y se metían rápidamente a sus casas, las cuales eran inmediatamente cerradas con tranca.
Es que, desde hacía unas cuantas semanas, en mi pueblo se había regado la bulla de que andaba La Llorona. Eran varias personas ya quienes daban fe de haber oído los horripilantes quejidos de la
susodicha a media noche.
"¡Bien clarito oí los lamentos allá por donde los Pocasangre y después –bien rapidito-, allá por donde don Agustín Franco, cerca del Punto Viejo, de repente, como que ahí enfrente de mi casa, si casi me orino del miedo cuando sentí que estaba enfrente de la puerta, niña!"; Escuché decir a la Marina, la mujer de Beto, el matarife.
"¡Yo también los oí, niña, -le replicó la mamá del negro Juan-, solo que yo los oí ahí por el convento, después allá como por el camino a Las Palmeras, al ratitito, allí mero en la esquina de la tienda de la niña Fide y ya cuando los oí por la acera de la casa de Las Guerra, si que me agarró un gran culillo que ni con los rezos se me quitaba!"
¿Y que será, por Dios? -Se entrometió la niña Nancha-, nosotros ya ni dormimos por estar en vilo -continuaba-, ¿Qué estaremos pagando? Dijo sin que nadie se atreviera a darle respuesta a sus preguntas.
Escenas como esta se dieron repetidas veces durante varios días entre mas y mas gente del pueblo quienes alarmados, habían decidido pedirle al cura del pueblo (quien de seguro no sabía de todo el buchinche que se había armado, pues casi no pasaba en su casa en el convento porque andaba de novio con una señora a quien le había puesto una casa en San Salvador), que junto a la población, deberían recorrer las calles del pueblo y regar agua bendita, para alejar los maleficios –decían unos-.
Otros sugerían que se le diera aviso a la policía o hasta la guardia, para que ellos salieran a dar rondines en la noche para tratar de capturar o ahuyentar a la Llorona y así, tranquilizar a la población.
¡No joda con eso! – Dijo donTanis-, si ellos de seguro ya escucharon los quejidos también, ¡no se haga! Y, si no han salido es porque les da culillo también, si esos babosos solo para verguear bolos son buenos…
Los días transcurrían así y yo, que en esa época era un bichito de unos 6 años, sentía una tremenda canillera cada atardecer al nomás ver descender al sol y percibir que se acercaba la penumbra de la noche y sentía una profunda alegría cuando mi abuelito mecía mi cuerpo con sus manos, para decirme que era hora de despertarse y levantarse a comer, lo que lógicamente me indicaba que era un nuevo día y que habíamos sobrevivido otra espeluznante noche mas (aunque hasta ese momento, yo nunca había oído nada de lamentos ni llantos, de seguro porque el sueño y cansancio me vencían antes de que La Llorona empezara su espectáculo –pensaba-).
Y fue precisamente unas noches mas tarde cuando en medio de la somnolencia suavemente escuché un murmullo que, cuando fui recuperando la conciencia, fue siendo más claro. Era mi abuelita que rezaba pues ya se escuchaba allá en la espesura de la negra noche, los lamentos aquellos que -ahora si- pude escuchar claramente al punto de hacer que mis canillas temblaran efusivamente, mientras el pelo se me enarbolaba, la piel se me erizaba, y, en medio de un llanto quejoso pedirle a mi abuelita que me dejara irme a acostar en su cama. Por unos instantes hubo silencio hasta que después de un buen rato de haber oído los lamentos de La Llorona, se escucharon unos golpes y pasos en el patio de la casa ante lo que mi abuelito dijo:
- ¡yo voy a ver que es eso de una vez por todas!
- No, Paco, no salga por favor, le puede pasar algo –suplicó mi abuelita-
- ¡Que va!, me voy a llevar la pistola y ya vamos a ver…
- No –por favor no salga- hasta a usted lo puede jugar y dejar todo lelo…
Mi abuelito como que se convenció que era mejor no salir y ya no insistió pero, al nomás aparecer el sol se fue al patio y empezó a buscar evidencias de algo hasta que a la par del tapial, vio que habían unos pedazos de ladrillos de adobe que parecían como haber sido desprendidos de la parte alta del tapial, también notó unas huellas de zapatos en el suelo aun húmedo por el sereno. Se dirigió al cuarto de los varones y tocó fuertemente la puerta hasta que mi tío Beto abrió.
- Quiero ver tus zapatos –le ordenó mi abuelo-
- ¿Para que, papá? –respondió el tío Beto-
- Enséñamelos y punto.
- Esta bien…
- ¿Y por que están todos sucios de lodo y mojados, Beto?
- Este… es que me levanté al excusado y ahí me los ensucié…
- ¿Al excusado? ¿Y por que hay huellas –tus huellas- en esa esquina ahí por el tapial?
- Ah, es que… por no ir al excusado mejor me fui a mear ahí, papá…
- Ummm, no me convence eso, ¡ya vas a ver!
Coincidentemente, esa noche dicen que nadie escuchó los lamentos de La Llorona y al despertar el día, las señoras que por miedo a La Llorona no mandaban a sus hijos a traer el pan ni la leche, muy contentas se congratulaban por la primera noche que pasábamos en paz en mucho tiempo. Esto se repitió por varios días hasta que una noche fuimos abruptamente despertados por los ruidos de una carrera desbocada de unos parroquianos quienes en medio de su desesperado escamoteo, gritaban pavorosamente pidiendo ayuda para que alguien detuviera a la mentada Llorona…¡otra vez!
Al día siguiente la tertulia era nuevamente centrada en los lamentos de esta alma en pena y del terror que causaba en toda la población con sus lamentos y con su presencia pues los hombres que habían sido perseguidos, daban fe de haberla visto; aseguraban que se trataba de una mujer horrible, con la cara negra y torcida, con un vestido/túnica largo negro y con el cabello largo y desgreñado.
Las noches de angustia volvieron a mi pueblo y la gente, ya no hallaba que hacer. En una de esas, se empezaron a escuchar los lamentos nuevamente, unos por la farmacia del doctor González, otros allá por el rastro, otros un poco mas lejos allá por el Estote, mas abajo ahí por el cementerio, unos con menor intensidad allá por la pila del barrio San Juan y así de manera sistemática se repetían y repetían hasta que la, monotonía de estos fue quebrantada por unos fuertes gritos de dolor y palabras de maldiciones proferidas por… ¡¡¡un hombre!!!
Enseguida hubo una gran conmoción y desparpajo de ruidos como zancadas de carrera acompañadas por los gritos de ese hombre. ¡Después hubo silencio sepulcral y aterrorizante, tanto que ni los chuchos aullaban!
Se llego el día y el comadreo era mucho mas grande que nunca, con señoras especulando y dando sus versiones así como asegurando ser ellas cada una la dueña de la verdad de ese secreto que el alma en
pena llevaba.
Por la tarde, mi tío Beto me dijo que le acompañara a ir a bajar mangos de unos palos que estaban allá en medio del monte, en las lomas que cercan a mi pueblo. Les dije a mis abuelitos de eso y acompañé al tío. Pero, no nos fuimos directamente al monte si no que en cambio, nos fuimos a la casa de Remberto (un amigo de mi tío desde la infancia); llegamos y el hermano menor de Remberto nos atendió y encaminó al cuarto de aquel quien, estaba en cama. Remberto estaba todo maltrecho, golpeado, con moretones por todo el cuerpo pero, principalmente en la espalda.
– Púchica Beto, ¡hoy si la vi negra, vos!
– Si hombre, ¿y que te pasó?
– A la…uta que el marido de la Gloria Chajazo, me vio cuando estaba en lo mejor de lamentarme y se me dejó venir con un garrote: ¡Ayyyhijuelbuche!, ¿con que vos sos La Llorona no? (me dijo y empezó a zamparme los garrotazos),
– ¿Y vos que no lo viste venir pues?
– Nooombre si el muy hijuelagranpuma ahí estaba escondido agazapado entre al arriate de la casa de Efraín y el palo de almendra y yo, estaba de espaldas a él; cuando te oí a vos terminar de lamentarte, salí del poyetón de la Chayo y empecé a lamentarme cuando sentí el primer ver…daderamente me duele mucho vos…
– ¿Mira, y después que hiciste?
– Pues, con el primer garrotazo me descontrolé un poco porque me lo dio aquí (señalando la parte lateral del cuello y la espalda) pero, cuando me recuperé, me recogí el vestido y salí baraustado por que ese hijuelagranpuma me hubiera querido matar ahí mismo, uta hubieras visto como salí en guinda pero aquel no me quería dejar ir, allá por la pila del Barrio La Cruz casi me alcanza y logró jalarme la peluca, si hasta por tu casa pasé bien vergueado con ese maje detrás…
– Si, por eso estaban hablando mis papás hoy….
– Yo de plano ya no voy a hacer esta mie…do me da de seguir, Beto. Ahí vean ustedes si quieren seguir pero yo, con esta ver… dad tengo hermano.
– Pues, yo creo que yo tampoco voy a seguir. Hay que decirle a los otros también.
En medio de la plática con su chero, mi tío me dijo: mirá Monsiour, no le vayas a decir nada de esto a nadie, ¿oíste? Porque si lo hacés, te voy a dar una buena marimbeada y ya no te voy a sacar a ningún
lado. No tío, no se preocupe no le voy a decir a nadie –le respondí-, y ahora, les puedo asegurar que cumplí, nunca, jamás le dije algo a nadie, hasta ahora que les cuento a ustedes mis queridos/as
hermanitos/as chulos/as.
Y así, terminó abruptamente la aparición y presencia de La Llorona en mi pueblo pues, nunca mas se escuchó algún lamento mas y, poco a poco la calma retornó y los habitantes, tenían ahora, solamente un recuerdo de esas noches espeluznantes y llenas de terror; también fue así como descubrí que la tenebrosa Llorona de mi pueblo que por muchos días había atemorizado y sembrado el horror entre los parroquianos eran nada mas y nada menos que mi tío Beto y cuatro de sus amigos, por eso creo que a partir de ese momento, yo no creo en espantos ni cosas así, ¿y usted, querido/a hermanito/a?
Salú,
El Monsiour.
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