Querida Cipotada Chula Buchona,
Esta mañana he sido gratamente recibido con este gesto hermoso de parte de la apreciada doctora Mireille Escalante Dimas quien ha tenido la amabilidad de compartir este bonito cuento de su propiedad que yo, con mucho gusto y orgullo publico aquí en esta, nuestra, "Página Oficial Buchona" para deleite suyo, es este:
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EL SECRETO DE UN ESPANTO
Por Dra.Mireille Escalante Dimas
Dado a que fui hija “unica”, siempre tuve preferencias hacia mi persona. Mi infancia hubiera podido se común y corriente a la de cualquiera otra niña… pero ahora que soy adulta me doy cuenta que también mi familia era prácticamente anormal.y fuera de serie.
Mi abuelita Ercilia, una señora entrada en años, debido a que como yo tenía quizá unos cuatro años, la veía a ella muy pero muy anciana y con todas las enfermedades y pestes milenarias que le adjudicaban. Yo escuchaba a los mayores comentar “Dicen que pronto se va morir la Niña Chilita, que no pasa de este mes”.
Así que un buen día de verano, de clima cálido y el jardín vestido de coloridas flores, en la casa vieja y solariega del entonces mi querido pueblo de Armenia, del Departamento de Sonsonate, al despertarme, me encontré en el amplio y luengo corredor justo al final de la sala, un flamante ataúd.
Yo, ni siquiera sabía de qué se trataba ese cajón de madera pintado color oro, y por supuesto ignoraba para que servía. El caso es que cuando los niños vecinos de la casa de mi abuelita llegan a jugar conmigo escondelero, y éstos se encontraban frente a frente con el ataúd, salían corriendo, y no los volvía a ver jamás… Me quedé sin amiguitos. Pero yo no me daba por vencida tan fácil jugaba y platicaba a solas; a mi me gustaba correr alrededor del ataúd… y si jamás me subí a dormir adentro de él fue porque estaba montado sobre un caballete de madera y era demasiado alto para mí, e imposible alcanzarlo, además la tapadera pesaba mucho y no podía destaparlo.
Al año de estar ese ataúd –bajo techo- pero a la intemperie porque en el invierno azotaban las aguas lluvias adentro del corredor, y el ataúd sin estar cubierto, la pintura se iba descascarando y desgastando, que decidieron las hijas de la Niña Chilita,- mi madre Lolita y mi tía Amanda- que deberían protegerlo y guardarlo en un cuarto amplio y oscuro.
Desde ese día y con el correr de los meses, comenzó el rumor de que el cuarto donde se resguardaba el ataúd, estaba embrujado; solo se oía el comentario, pero nadie tomaba iniciativa en averiguar de donde provenían los ruidos y espantos… Como yo no conocía el miedo, una de las tantas madrugadas, con el velo nocturno aún, me desperté y me acerqué al famosos cuarto, y constaté que efectivamente si se oían ruidos extraños, gemidos y suspiros.
Alcancé a ver que en el suelo, sobre el ladrillo la silueta de mi niñera, la Tanchito - una jacarondosa quinceañera, abrazada con Chepe Mingo, el joven corralero que llegaba diariamente a dejar los botellones de leche. a eso de las tres o cuatro de la mañana en la yegua Centella, la cual era de pura raza peruana, y se le distinguía su casta y abolengo porque tenía un ojo azul y el otro, café,
Yo, callé el secreto, y como de todos modos, desconocía lo que era el amor apasionado, nunca más volví a levantarme a curiosear… Así pasaron muchos años, pero muchos años, hasta que un día decidieron tirar al fuego de la cocina, la madera podrida del ataúd; pues la abuelita Chilita vivió para mí, otros cien años.
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