Cipotada chula,
Le invito a que sigamos con la tercera parte del escrito sobre Consuelo Suncín de Saint-Exupéry (nuestra Condesa Armeniense) que la escritora Claudia Selser hiciera público en su: "LOS OJOS DE LA ROSA".
Espero que sea de su satisfacción y agrado, aquí está:
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La salida de México tuvo que ver con el destierro político de Vasconcelos, que en 1926 debió viajar a Francia con su mujer y sus dos hijos y le envió un pasaje para que Consuelo lo siguiera. Por las memorias de Vasconcelos puede saberse que ni bien llegó a París Consuelo se inscribió en una academia de francés “y aprendió tan rápido que al mes se burlaba” de él. También, que Vasconcelos la invitó a un restaurante de lujo, a comer con Alfonso Reyes, y ella, mirando a su alrededor, preguntó: “¿Y estas son las francesas seductoras? Yo no me siento menos”. Y podemos saber que la joven estaba mejor informada que Vasconcelos sobre artículos a favor y en contra que publicaban los periódicos mexicanos sobre el maestro –a quien ella llamaba cariñosamente Pitágoras– y le insistía en que se defendiera.
Más allá de estas anécdotas, a poco de estar en París, Consuelo se sintió un poco sola en el departamento rentado por su amante y se emores con uno de los prosistas más famosos de habla hispana en los años veinte en París, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien adosaba a su fama literaria el haber sido amante de Mata Hari (la holandesa Margaretha Geertruida Zelle) y esposo de la actriz española Raquel Meller, famosa en la época.
Lo que pareció ser una aventura, terminó en matrimonio. Gómez Carrillo se casó con Suncín (luego de un conato de duelo con Vasconcelos) y la llevó a viajar. En una carta a su hermana Dolores, enviada desde el Hotel Waldorf, en México, D.F. Consuelo describe su vida de esos tiempos: “Hemos llegado frescos como repollitos de ensalada, de aquellos cuadrados que doña Ercilia picaba para sus mozos. ¡Ay, ay! Señores, donde estará la comparsa aquí cuando tu conejito todavía come en mis manitas. Espero, no se irá... Se lo pido a Dios. Estoy cansada, las madrugadas nos desmejoran. Cuartos preciosos y ‘Baratos’!!! Cinco días aquí, del 6 de Nov. hasta el 13 a Paris, si Dios lo quiere. Te abraza, tu Hermana Consuelo”.
Pero once meses después de la boda, a finales de 1927, Gómez Carrillo murió víctima de un derrame cerebral, dejó a su viuda como heredera universal de sus bienes y unas envidiables relaciones con la intelectualidad que Consuelo supo hacer suyas: Oscar Wilde, Verlaine, Maeterlinck, Breton y artistas como Dalí, Picasso, Miró y Diego Rivera.
La escritora francesa Anne Marie Mergier la retrata por esos tiempos en París: “Era una catarata: excéntrica, alegre, imprevisible, caprichosa, fuerte, indefensa, misteriosa, chispeante, excesiva, atenta, egocéntrica, generosa, seductora, inteligente, vanidosa, intuitiva, instintiva, contradictoria, volcánica... y salvadoreña. Hablaba un francés exótico, con un fuerte acento español”. Por igual la hermana mayor de Antoine, Simone, la describe años después en su libro, Antoine, mi hermano menor (1969), como “dotada de una vitalidad infinita, esta mujer sumamente atractiva y llena de imaginación fue una constante fuente de inspiración para él...”.
A dos años de la muerte de Gómez Carrillo, en 1929, Consuelo fue la invitada de honor del presidente de Argentina, Hipólito Yrigoyen, que pretendía rendir un homenaje póstumo a su marido, que había sido cónsul honorario de Argentina en París. Divorciada a los 23, viuda a los 27, Consuelo, de 29 años, conoció a Saint-Exupéry, de 30, en Buenos Aires y se casó con él recién un año y medio después, el 12 de abril de 1931 porque, según dicen sus biógrafos, el aviador audaz era manejado por su madre, sus hermanas y las conveniencias del círculo aristocrático. La boda fue en la capilla privada de Agay, en Niza, propiedad de la familia Saint-Exupéry. La novia lució un vestido con encajes totalmente negro –¡otra vez Consuelo dando de qué hablar!–, imitando a su hermana Dolores que poco antes se había vestido de luto al contraer segundas nupcias con el doctor José María Valle, en El Salvador.
Su matrimonio no fue un lecho de rosas pero eso se supo más tarde. Fue en 1999, 20 años después de la muerte de Consuelo, cuando su heredero universal, el español José Martínez Fructuoso –quien había sido su mayordomo, jardinero y según algunas fuentes, la última pareja de la salvadoreña–, entregó al escritor francés Alain Vircondelet los baúles de viaje en barco que usaba Consuelo, con muchos documentos, las cartas que le escribía cada domingo a Saint-Exupéry y nunca enviaba y el manuscrito titulado Memorias de la rosa, una autobiografía escrita en 1946, dos años después de la muerte de su marido.
Publicadas en el año 2000, en el centésimo aniversario del natalicio de Saint-Exupéry, las memorias, reescritas por Alain Vircondelet, vendieron en Francia en pocas semanas más de 80 mil ejemplares. Allí Consuelo da vuelco a los estereotipos y prejuicios en su contra, narra sus 13 años de casada, la vida caótica y conflictiva de la pareja, pese a que en sus las misiones desde últimos días el autor de El Principito le escribió cartas reconociendo el gran significado que tuvo Consuelo en su vida.
Publicado en francés, inglés y japonés, Memorias de la rosa retrata a otra Consuelo presa de las idas y venidas del impulsivo aviador y sus permanentes mudanzas, unidas a un carácter caprichoso e inestable que continuamente requería a su esposa para luego rechazarla y dedicarse a sus amantes. Mujeriego, inestable, injusto hasta el machismo pero apegado a ella en extremo y, a menudo, frágil y enternecedor, la figura de su marido fue reconstruida en esas páginas que alternan un estilo poético, humorístico, superficial, profundo y muchas veces, amargo. Una frase resume las quejas que aparecen frecuentemente en el libro: “Ser la esposa de un piloto fue un suplicio. Ser la de un escritor, fue un verdadero martirio”. “¿Cuál era de verdad mi papel?”, se preguntaba, para responderse, sumisa: “esperar, esperar, esperar siempre. Yo no estaba hecha para ser la esposa de un escritor de moda” –escribió–. “Compartir nuestras risas y nuestra intimidad con otra gente seguía pareciéndome una catástrofe.” En esas páginas también sugiere que el origen del retrato de El Principito fue un esbozo suyo en una servilleta que realizó en 1939.
Desde esas páginas se relativizaron las críticas y los prejuicios que se esgrimieron contra ella, desde “esposa infiel”, “serpiente seductora” o “mujer diabólica”. El lector se va enterando, paso a paso, de la verdadera pasión de Saint-Exupéry por surcar los cielos. Su conocimiento de los cambios de las nubes, de cómo engañan los vientos... Una pasión plagada, además, de sobresaltos y graves accidentes, en uno de los cuales, como se sabe, encontró la muerte.
No quedan dudas de que Consuelo –según el prólogo de Alain Vircondelet– es la inspiradora de esa rosa de El Principito, tratada en forma tan injusta. Las cartas del aviador también le reconocen este papel, incluso los famosos volcanes mencionados en El Principito tienen relación con la ciudad de Armenia y sus alrededores: el Cerro Verde, que aparece como el volcán apagado, y el Izalco y el de Santa Ana, los dos volcanes activos que dan ese perfil tan especial al asteroide del hombrecito y su rosa.
Consuelo volvió a El Salvador recién en 1938 y se quedó un mes en Armenia, en compañía de su madre y de sus hermanas Dolores y Amanda. Fue un viaje inesperado porque tuvo que ir a cuidar a Tonio, como cariñosamente llamaba a Antoine a un hospital de Guatemala, donde había sido internado tras un accidente aéreo cuando se dirigía a América del Sur. Ni bien el aviador se mejoró y viajó a convalecer a Nueva York. Fue así que Consuelo aprovechó para volver a ver a su familia en su querida Armenia.
La vida de su esposo era intensa. Daba reportajes y escribía artículos para diversas revistas, además de las adaptaciones cinematográficas de sus libros Correo del Sur (en 1937) y de Vuelo nocturno (en 1939). Cuando no escribía, se subía al avión y se iba: viajes a Moscú, a la España en guerra...
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