Cipotada chula,
Hay días, -o quizás solo sea instantes-, en los cuales, por alguna desconocida o imperceptible razón, un recuerdo bello se presenta de manera mágica e insolicitada a la mente de uno y así, ese recuerdo lo arrastra deliciosamente a uno a momentos que fueron bonitos por alguna razón y qué, por alguna razón, se quedaron grabados ahí en el subconsciente de uno, en esa parte del cerebro que no razona, que no analiza, que simplemente guarda instantes importantes del recorrido que uno hace por la vida y que, cuando alguien o algo activa uno de los sentidos humanos que hace que aquel recuerdo "guardado" en el subconsciente del cerebro de uno, se libere y que se manifieste a plenitud no ante los ojos del cuerpo, si no que ante los ojos que el alma de uno tiene y que, ¡saben ver más y mejor!
Y eso es precisamente lo que me ocurrió hoy, en este día frío...lluvioso... tedioso... haragán, en esta horrible ciudad en la que me encuentro; en realidad, mi inconsciente, me trajo dos bellos recuerdos de dos muy apreciadas personas mías: Cecilia Cuéllar y Milton Anaya (el querido "Pocholo"), aunque hoy, solamente quiero traer a cuento el recuerdo de Ceci (por eso de las damas primero, y porque "Pocholo", también se merece de mi parte, la expresión precisa de mi aprecio, con lo que no deseo hablar de ambos al mismo tiempo).
Pues bien, lo que se me vino a mi mente ahora, fue una ocasión, allá en la querida Armenia, cuando, a la invitación que anteriormente me hiciera el querido Luis Menéndez para formar parte de una entidad juvenil que se empezaba a formar en el pueblo con la intención de realizar obras de beneficio social y, a lo que gustoso accedí a formar parte, aquella que le nombramos "Club Juvenil 15-20" de la cual, gracias a la confianza y voto de los integrantes, me convertí en le Presidente; y ya con esa posición, decidimos emprender algunas actividades para recaudar fondos, las cuales, planeábamos en medio de reuniones que realizábamos en la casa de algunos/as de los/as integrantes, así, unas se hacían en la casa de Luis, otras en la casa de las hermanitas Cecilia e Irma Cuéllar, otras en mi casa o en la casa de mi tía Berta Espinoza, unas en la casa de Arlene (QEPD) y Chambita Sigüenza, etc. lo que era común en esta reuniones, es que siempre terminaban con una actividad para reforzar la fraternidad entre nosotros/as lo que generalmente era un baile y en efecto, mi recuerdo de ahora tiene que ver con eso precisamente; con un baile que después de una reunión gozábamos en casa de los hermanos Sigüenza, es decir, en la casa a la par de la de mis abuelitos en la que, reinaba la armonía y camaradería entre nosotros/as, en un ambiente de amistad, de paz, de hermandad.
La mayoría bailábamos y nos divertíamos, yo no recuerdo con quien bailaba pero, lo que se me quedó grabado en la mente de esa ocasión es que, en un momento de esa tarde, Cecilia se me acercó para pedirme que bailáramos la siguiente canción ¡pues era su favorita! Se trataba de esta canción que ahora traigo a cuento, la cual, bailamos a lo mejor que nuestro talento nos lo permitió en esa ocasión y con lo que, hicimos que los demás nos observaran en muestra de aceptación y reconocimiento porque... ¡la bailamos con sentimiento, con intensidad, con creatividad, con imaginación y para mí... de manera inolvidable!
Tal vez Ceci, ni se acuerde de este momento del que hablo, tal vez para ella, ese instante no tuvo ningún valor, quizás ahora le parezca erróneo o inapropiado, aún así, y -aunque ella nunca sepa esto-, hoy quisiera decir que Ceci está en mi mente, por medio de un recuerdo sano, limpio, fraterno, bonito (por lo menos para mí) y que con todo y por todo eso, hoy quisiera decirle...¡gracias Ceci, sos una bella persona y yo, deseo que lo mejor esté siempre a tu lado!
Y esta canción es la que Ceci y yo bailamos una perezosa tarde allá en nuestra querida Armnenia:
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