viernes, 3 de septiembre de 2021

Carta a Hugo Figueroa - 1

 





Tijuana, 08/30/2021

Hola Hugo, hermano.

Fíjate que por medio de una llamada telefónica de nuestro amigo en común, Luis Rivas, que recibí hace unos minutos, es que supe de tu adelantada partida hacia el infinito que según entendí, ocurrió hace apenas unas cuantas horas.

No te voy a mentir, pero fíjate que al minuto que Luis me lo dijo, sentí como algo se me atragantaba, se me humedecieron los ojos y se me quebró la voz, me sentí aturdido, apesumbrado, vacío… tuve que pedirle a Luis que dejáramos de hablar pues, ya no podía sostener una plática en condición normal… corté la llamada... y me acurruqué en un rincón del cuarto, en la penumbra mental, a sollozar, a temblar y a sentirme triste, muy mal, lamentando tu partida pero, más importantemente, lamentando no haber podido verte antes para abrazarte, para decirte cuantas cosas, para recordar juntos, para, para… para… despedirnos en vida, pues; ¡cómo debería ser! 

¡No sabía que te extrañaría tanto!

Y ya en la noche, a punto de irme a la cama y querer dormir, seguías ahí hermano, seguías ahí en mi mente, siempre estabas sonriendo, siempre estabas con esa sonrisa amable y sincera tuya y ¿sabés qué?, también estabas ahí haciéndome recordar más y más cosas que pasamos juntos allá hace muchos años atrás y de nuevo, volví a llorar como un niño, mientras el cuerpo me temblaba y me sentí vacío, muy mal, terriblemente triste…











Carta a Hugo Figueroa - 6

 Recuerdo que cuando llegó Cecy a Los Ángeles, decidieron casarse; a propósito, por ahí te he puesto una foto en la que estás junto a Cecy y tu mamá, en la casa de tu tío Toño, eso fue a unos días que Cecy llegara los “Estamos Sumidos “desde la “Tierra Linda”; tiempo después tomaste la decisión de irte junto a ella para Canadá por lo que una tarde llegaste a mi departamento y al contarme al respecto, me preguntaste e invitaste a hacer lo mismo; el negro ya decidió también –me dijiste-, creo que el chele también lo hará, ¡solo faltás vos! Deberías ir al consulado en Los Ángeles y solicitar la visa para ustedes 3 (mi esposa y mi hijo), ¡es bien fácil! A la semana siguiente fui al consulado, recibí el formulario, solicité la visa pero, al recibir la respuesta positiva, decidí lo contrario… no me iría, me quedaría en Los Ángeles pues ahí estaban mi mamá, mi tia Chabelita, mi tia Alba…, el “chele” tampoco se fue y así, Jorge y vos, salieron rumbo más al norte todavía, ¡más al norte! Y así, es que, por cosas de la vida, nos fuimos distanciando más y más, al punto que, nuestro reencuentro fue varios años después y no de manera presencial sino que remota –tal cual estamos en la actualidad por causa de este maldito virus-, a través de un sitio electrónico que se llama (¿o se llamaba?) “Guanacos On-line” donde viste mi nombre y otros datos y me escribiste; gustoso te respondí y por ese medio nos comunicamos por un tiempo, muy corto, -por cierto-, hasta que volvimos a dejar de comunicarnos, ¿te acordás? Después te vi en Los Ángeles durante un viaje que habías hecho para visitar a tu mamá, me contaste que habías estado en Armenia recientemente y hablamos de algunas cosas de tu vida allá en Montreal y de la mía en Los Ángeles, siempre con los recuerdos y añoranzas de nuestra infancia y juventud allá en la “Tierra Linda”.  Lamento mucho no haberte avisado de mis viajes a Montreal que fueron allá por los principios del nuevo siglo 21, ¿quizás hubiéramos tenido la oportunidad de vernos y platicar? ¡Vieras como lamento eso ahora! Y la última vez que te vi y te di un cariñoso abrazo, fue en Los Ángeles; tu visita fue precisamente al mismo tiempo en el que yo realizaba actividades de recaudación de fondos para ayudar a nuestra gente allá en Armenia  por medio de AURA, la entidad que formé en Los Ángeles y vos coincidiste en una de ellas (por ahí te puse una foto que nos tomaron para la ocasión, en la que también está tu hermana Rhina), si mal no recuerdo fue el año 2012, ¿te acordás vos de la fecha?

Lejos estaba yo de imaginar que esa sería la última vez que te viera; es que de haber sabido, te hubiera dicho todo lo que te estoy tratando de decir ahora, lo bueno es que si te pude dar ese abrazo grande y efusivo que pretendía expresarte todo esto, todo el cariño, mi aprecio, mi agradecimiento, mi respeto, mi admiración, por y para vos… todo eso, todo eso que lastimosamente no te dije porque no quedó tiempo, porque no buscamos la oportunidad, porque cuando las circunstancias nos llevaron por caminos y senderos diferentes, no buscamos el reencuentro, no buscamos mantener los lazos de amistad, no buscamos comprender cuales eran los motivos que nos separan ni mucho menos cuales podrían ser los que nos reunieran, porque no nos detenemos a pensar sobre esto, sobre esto que se llama vida y que, resulta ser más corta de lo que nos imaginamos o esperamos, es que lo que pasa Hugo, es que a nosotros no nos enseñaron, no nos formaron, no nos instruyeron a ver la vida tal como lo que es: ¡tiempo que no tiene precio pero que si cuesta mucho, porque tiene mucho valor! Y a la vida, ese valor lo agregan las personas con las que nos encontramos y compartimos; en mi vida, vos sos prominente y ¡lo serás hasta siempre, hasta que a mí también… me llegue la hora!     

¡No sabía que te extrañaría tanto! Pero es que, el cariño franco y sincero que nace entre amigos es así, es decir, tiene la capacidad de mantenerse en silencio, tranquilo, dormido, casi desapercibido por mucho tiempo e incluso hasta parecer inexistente pero, este florece y se manifiesta cuando se dan situaciones que afecten a los seres queridos, como esta de tu partida que me cala hondo, que me duele.

¡Ahora sé porqué te extraño y extrañaré tanto!

Es porqué al estarte escribiendo esta carta y recordar todos esos bellos momentos que vivimos y compartimos, me doy cuenta que vos, Hugo, fuiste mi primer amiguito de la infancia, fuiste el primer chero con quien compartí aspectos importantes de mi corta vida y fuiste vos quien hiciste lo mismo conmigo. Yo me imagino que vos –al igual que yo- tuviste vecinos con quienes jugabas ocasionalmente pero, para mí, vos eras realmente el amiguito que congeniaba y pensaba exactamente igual a mí y que gustaba de lo mismo que gustaba yo, ¡nos identificábamos pues!  Por eso y por lo que en esta carta te digo, es que yo te voy a extrañar.

Por el momento, querido amigo, con tristeza, dolor y lágrimas en los ojos, te prometo que a partir de esta noche, cuando esté “karaokeando” voy a cantar “alone again, naturally” en tu honor y que cada vez que escuche esta canción, tu imagen se me proyectará en mi mente, tal como aquellas noches en tu apartamento de Los Ángeles y finalmente te digo que cuando me toque irme a mí, te voy a buscar allá en la terraza eterna para juntos cantar felizmente muchas bellas canciones.

Hasta pronto amigo/hermano.

Un abrazo.

Edgardo

Carta a Hugo Figueroa - 5

 Me diste de vivir en tu apartamento por un par de meses, tiempo el cual fue más que suficiente no solo para desarrollar mi agradecimiento hacia vos por todo lo que estabas haciendo por mí, para ayudarme, sino que para conocerte más y para aumentar el aprecio y respeto a tu manera de conducirte en la vida, en esa gran urbe, llamada Los Ángeles, a pesar de que eras apenas un jovencito originario de un pueblecito allá en la “Tierra Linda”. Recuerdo que eras bien metódico, llevabas cuenta de todo lo que gastabas por medio de tus notas en la chequera que revisabas a diario. Nunca te atrasabas en pagar el alquiler del apartamento ni en ningún otro gasto o pago como el teléfono, la luz, etc. Te mostrabas maduro, sensato y seguro; eso me ayudaba a sentirme bien y me entusiasmaba la idea de superarte en esas cosas pues yo también quería vivir tranquilo y seguro, aunque fuera lejos de la “Tierra Linda”, que era adonde ambos queríamos estar.

Me acuerdo que cuando nos acostábamos y no podíamos reconciliar el sueño, nos poníamos a contar chistes, chambres, a platicar de todo lo que se nos diera la gana: del pueblo, de la gente de allá, de deportes, de juegos, de las bichas más bonitas, de las que habían sido nuestras novias, de películas que habíamos visto, de música e incluso algunas veces, vos te ponías a tocar tu guitarra y yo ¡a dar alaridos! Recuerdo que en esos días tu canción preferida era “Alone Again, Naturally” de Gilbert O ‘Sullivan, ¿no sé si sigue siendo tu preferida esta canción o si tenés otra/s?, cuando te preguntaba el por qué te gustaba tanto esa canción y compararla con las que a mí me gustaban entonces, siempre respondías: “¡es que vos no sos romántico, Edgardo!”

En esos días te compraste un carro, un Toyota Corolla color rojo con vivos negros, ¿se lo compraste a Moris Rivas, te acordás? Cuidabas mucho a tu carrito y no lo llevabas al trabajo pues trabajabas bien cerca y no necesitabas llevártelo por lo que para “estrenarlo”, planeaste un viaje a San Francisco entre nosotros dos. Salimos de Los Ángeles una tarde como a eso de las 3:30 y recuerdo que allá por Paso Robles me pediste que te ayudara manejando pero: ¡que hiciera bien los cambios!, je, je, je… es que eras bien exagerado en el cuidado de tu carrito. Una vez allá en San Francisco visitamos a varias personas amigas y recuerdo que vimos a doña Miriam Gómez y a dos de sus hijas (Blanca y Ursula),  a Elber Magaña y su esposa, a Mario Escobar, a Mauricio Alfaro, a Checho Criollo y otras peronas, ¿de quienes más te acordás vos?

¿Te acordás que cuando nació Frank, mi primer hijo, trajiste tu cámara a mi apartamento y le tomaste las primeras fotos a mi pequeñín?, fotos que aún conservo y guardo con aprecio, agradecimiento  y cariño.

¡No sabía que te extrañaría tanto!

C arta a Hugo Figueroa - 4

 Ya con los años, precisamente en 1980, nos encontramos en el Norte del continente y al norte de nuestra “Tierra Linda”, en Los Ángeles, en Hollywood, para ser más exactos; vos ibas caminando por el boulevard más famoso del mundo del espectáculo, con tu característico pelo peinado estilo afro, vistiendo un pantalón estilo “overall” color rojo carmesí y yo venía con un pantalón increíblemente del mismo estilo, solo que de color amarillo chillante (después nos dimos cuenta que lo habíamos comprado en la misma tienda), nos vimos de reojo primero pero, al poner más atención y enfocarnos, nos reconocimos y dudando un poco, nos acercamos para saludarnos por medio de un caluroso abrazo. De ahí, empezamos nuevamente a frecuentarnos más. Entre esos sucesos recuerdo la noche de la navidad de ese año que la fuimos a pasar junto a tu mamá, quien vivía en casa de don Antonio Ayala y su esposa, doña Rosa, allá en Montebello; ¿te acordás de la gran mojada que nos llevamos esa noche en la parada de buses, cuando íbamos de regreso a Los Ángeles? Puya, hermanito, yo aun recuerdo que me estaba ca… yendo del tremendo frío que se me metía por todo el organismo hasta los huesos; ¿y después cuando llegaron aquellos pandilleros en un carro, y que se nos quedaron viendo con ganas de jodernos…?

Recuerdo también cuando me acompañaste a una fiesta de cumpleaños de una amiga de la escuela donde yo estudiaba y donde dejaste a un par de admiradoras quienes seguido me preguntaban por vos pero, ante lo que siempre me dijiste que no tenías interés en nadie más que no fuera tu adorada novia que estaba en la “Tierra Linda” y quien pronto vendría para reunirse con vos, cosa que sucedió y con quien un poco de tiempo después se casaron y permanecieron juntos hasta la fecha y siguen juntos, ¡seguirán juntos! Eso realmente no solamente me sorprendió sino que realmente me conmovió y agradó mucho pues me sirvió para darme cuenta de la sinceridad y honestidad que llevabas en tu corazón hacia quien habías decidido que fuera tu otra mitad. Nunca te lo dije pero, desde ese momento aprendí a respetarte por otra faceta tuya, ¡te felicito hermano!

¡No sabía que te extrañaría tanto!

¿Te acordás cuando nos fuimos a acampar al lago Isabella, allá en el condado de Kern? Yo recuerdo que Herbert, el Negro, vos y yo, salimos en la tarde de un día viernes en una camioneta de Herbert, llegamos en la tarde/noche al río que pasa por dicho lago, buscamos un buen lugar a la orilla y dispusimos de unos ricos bocadillos que vos preparaste y nos juntamos los 4 alrededor de una fogata, bajo la luna y aquel maravilloso manto de estrellas, al día siguiente nos metimos al lago en las dos lanchas inflables que llevábamos, si mal no recuerdo, eso fue el fin de semana del “memorial day” de 1981…     

Mirá, fíjate que también recuerdo que en esos días, vos trabajabas como “ingeniero” en uno de los edificios más representativos de la ciudad de Los Ángeles en esa época, el “One Wilshire”, mientras yo estudiaba en la “Evans”, vos vivías solo en tu apartamento en la avenida Bonnie Brae y yo con mi mamá en la Calle Manhattan Pl, es decir, vivíamos relativamente cerca por lo que nos empezamos a frecuentar un poco más. En las tardes, al salir de la escuela, yo me iba en bicicleta directamente a tu apartamento y de ahí nos íbamos a jugar “racketball” a la escuela Belmont que quedaba bien cerca de tu apartamento; ¡todas las tardes íbamos a jugar hasta decir ya no! Eso me ayudó mucho a mantenerme física y mentalmente saludable pues la nostalgia por la “Tierra Linda” y su bella y querida gente que había dejado ya hace aproximadamente dos años atrás, era ya bastante fuerte y acuciosa, al punto de causarme tristeza, desesperación y deseos de regresarme, a pesar de ser yo, un joven entusiasta y lleno de ilusiones que pensaba conseguir para llegar a la felicidad plena en aquella metrópoli de hierro y cemento…

En esos días yo me conseguí una novia a quien empecé a visitar muy seguido, casi cada noche; recuerdo que en algunas ocasiones me acompañaste a casa de ella, aunque después te alejabas rumbo a Hollywood que era el lugar que ambos preferíamos. Pues precisamente una noche que íbamos rumbo a Hollywood te comenté que ya no podría ir a jugar más porque me iría de la casa de mi mamá, me buscaría un trabajo y me casaría porque había embarazado a mi novia y quien después sería mi esposa. Al preguntarme cuando sería que me casaría, te respondí que primero debería buscarme un trabajo para ahorrar suficiente para pagar el alquiler de un apartamento adonde me llevaría a mi futura esposa; entonces vos sin dudarlo, me ofreciste que me fuera a vivir con vos en tu apartamento mientras yo me conseguía un trabajo. No me vas a pagar alquiler, ni por la comida, ¡ni por nada! –me dijiste- solo quiero ayudarte para que ahorrés rápido y te consigas un lugar bonito para vos y tu nueva familia.

¡No sabía que te extrañaría tanto!

Carta a Hugo Figueroa - 3

 ¿Y te acordás de aquella tarde que agarramos la carretilla de ruedas de metal que te había hecho tu papá, y nos fuimos a jugar al desvío? ¿Te acordás como nos dejábamos ir desde la casa de don Valeriano Marroquín hasta llegar allá abajo en la carretera, casi por donde ahora está la escuela Solórzano? Bien peligroso que era pero nosotros en nuestra inocencia, no advertíamos de peligro ni temores; ¡éramos valientes pues éramos los superhéroes de Armenia!

De seguro alguien que nos vio hacer esas peligrosas “aventuras” le fue a contar a tu mamá o quizás a tu abuelita pues ya no te dejaron sacar esa carretilla, pero… ¡no te escondieron tus patines! Y ahí íbamos a jugar al parque o por la calle pavimentada desde la alcaldía hasta la casa de don Agustín Franco y de ahí, de vuelta al parque; me prestabas un patín y vos te quedabas con el otro, así jugábamos y nos divertíamos los dos.

También recuerdo que por las tardes, nos gustaba tirarmos boca arriba al piso de ladrillos de la casa de la niña Glorita Gil con la vista hacia el cielo para ver las nubes y encontrarles la forma de animales o de cosas, ¿te acordás?

Durante las fiestas patronales, desde la casa de tu abuelita, nos poníamos a oír la música de las cinqueras que estaban colocadas temporalmente en el parque y nos poníamos a imaginar cómo eran los “personajes” que estaban en esos lugares (generalmente eran bolitos, je, je, je, je) y nosotros les imitábamos sus gestos y ademanes.

¡No sabía que te extrañaría tanto!

Una tarde, vi que estabas en la casa de tu tía Miriam y al hablarte, me dijiste que te esperara que precisamente andabas buscándome. Minutos después llegaste a mi casa para enseñarme un disco que te habían comprado y para invitarme a ir a tu casa a escucharlo y para aprendernos unos pasos de baile; ¡es que vos bailas bien chivo! -me dijiste- y yo, me entusiasmé. El disco era aquella canción que se llama “El Esquimal” y que más o menos dice así: “vayan con él, vayan con él, nunca podrá ser como el esquimal…”. ¿Te acordás de eso?

Después cuando tu papá compró los aparatos de sonido buenos, es que vino lo más chivo de todo: ir con vos a colocar los aparatos en la alcaldía para los bailes de las tardeadas bailables o los bailes los sábados en la tarde para las actividades de recaudación de fondos en la escuela parroquial, que chivo que eran esos días, hermano, ¿te acordás?

Pero, lo mejor y que estará en la mente de muchos por siempre (por supuesto que en la mía), son esos bailes que disfrutábamos en la terraza de tu casa… ay, hermanito, ¡que chulada de noches las que pasábamos! Es que, como ahí nos reuníamos toda la cipotada chévere del pueblo, esas noches sirvieron para que muchos desarrolláramos o mejoráramos nuestras habilidades dancísticas, sirvieron para entablar nuevas amistades -incluso noviazgos- también para reforzar algunas, sirvieron para lucir nuevos atuendos y presumir modas, como por ejemplo recuerdo que ahí empezamos a lucir los famosos pantalones acampanados, los zapatos de plataforma, las camisas sicodélicas y otros atavíos propios de la época, mientras “movíamos el bote” al son de Santana, CCR, los Ángeles Negros y sobretodo… el que para mí fue el conjunto revelación de esa época y que escuché por primera vez en tu casa… BARRABÁS, con sus alegres canciones, tales como… Woman, Try & Try, Children y su más representativa…Wild Safari con su tan peculiar… eeh, oeeh, oeeh, oeeeh, oooaah…  Ahí en esos eventos era frecuente ver aparte de tus hermanas y primas –por supuesto-, a Lilly Bruni y su prima la Nurian “seca”, a Giddel, a Joaquín, a Carmen Mayén y Eloy, al “negro” Coqui,  Simo Gil, Nuria Sandoval, Mario “pajilla”, a Douglas Gil, a Luis Rivas, a Digna Ayala y sus hermanas, al “chele” Larín, a Milton “Pocholo”, a Edgar Clavel, a Normita Ríos, por supuesto a Dinora y Cecy, a Betsy Mayén, a Walter Hernández  y varios, muchos más…  mirá Hugo, ¿quién se iba a imaginar que esos bailes se grabarían en la memoria colectiva de la juventud armeniense de esa época y que, estos quedarían inmortalizados como el evento cumbre y decisivo en la cimentación de muchas relaciones sentimentales que aún perduran y que sirven como ejemplo de un tiempo feliz, sano, respetuoso, divertido y profundamente humano?  ¡La tuya con Cecy, tu esposa, es el más vivo y claro ejemplo de lo que digo pues la mantienen hasta la fecha y la mantendrán hasta siempre jamás! Y todo, fue idea y creación tuya, Hugo, hermanito y por todo esto, es que muchos te debemos no solamente el cariño que ya te tenemos, sino que también el respeto y la admiración por tus características de líder, de un ser amable, carismático, amigable, sincero, te vamos a extrañar, brother... 

¡No sabía que te extrañaría tanto!

Carta a Hugo Figueroa - 2

 Mirá Hugo, vieras como me ha afectado esta triste noticia de tu despedida, es que, me llegó de repente y de un solo pencazo, y lo peor es que llega esta y PUM!… se le juntan todos esos bellos recuerdos de instantes, situaciones, juegos, travesuras, etc. que juntos vos y yo, pasamos y disfrutamos. Vos sabés, que son tantos los recuerdos, brother, que creo que me pasaría horas enteras trayéndolos a mi mente hasta que pasaran días. Son tantas y bellas las memorias que guardo en mí, que realmente me siento yo mismo sorprendido al ver como una a una se aparecen estas que, al repasarlas, casi siempre causan que se venga otra más y después, otra más y otra más…  

¿Te acordás vos desde cuándo es que somos amigos?

Los primeros recuerdos que tengo yo de nuestra amistad, vienen desde que estábamos en segundo grado en la Juan José Solórzano, cabal ahí enfrente de la entrada del lado izquierdo de la iglesia, a la par del Colegio Santa Teresa; era un medio día en el que al salir de clases e ir rumbo a mi casa, que estaba en la misma calle de la escuela, vos y tu primo Jorge (Charamisa), iban detrás de mí jodiéndome, poniéndome y gritándome apodos, hasta que al llegar corriendo a mi casa, rápidamente le conté a mi abuelita (quien estaba en la puerta) que unos bichos me iban molestando (yo ni sabía los nombres de ustedes), al escuchar mi queja, mi abuelita solo les miró a ustedes y me ordenó que entrara. Ya una vez adentro de la casa mi abuelo intervino y al escucharme y sobretodo escuchar a mi abuela quien le dijo que no eran unos bichos malos, sino que eran: “un hijo de la Mimía Figueroa y uno de Juan Burgos”, mi abuelo se sentó en su mecedera y al dirigirse a mí, me tranquilizó diciéndome que ustedes solamente querían ser mis amigos, que no querían pelear sino que jugar. ¡Mañana cuando estén en la escuela hablales y ponete a jugar con ellos, si ellos te joden, jodelos vos a ellos, si ellos te dicen apodos, deciles apodos vos a ellos! Yo, no recuerdo si les hablé ni si jugamos al día siguiente o días después pero, lo que sí sé es que, otro día, yo estaba jugando con una pelota bien chiva que me había regalado mi padrino, ahí en la calle de mi casa, cabal en la acera de la casa de la niña Amanda Suncín, cuando pasaste vos y me preguntaste si podías jugar conmigo. De seguro te respondí que si porque lo que recuerdo que pasó después, es que era muy frecuente que yo visitara tu casa adonde jugábamos con mi pelota o con juguetes tuyos. Te gustaban los paquines y eras seguidor de Superman, yo de Batman ¿te acordás? y cabal recuerdo que un día, por iniciativa tuya, decidimos formar el club de los superhéroes de Armenia y el primer candidato a miembro en ser entrevistado fui yo, es que, por ser vos el de la idea, decidiste ser quien decidiera quien entrara y quien no al club. Cabal en las gradas de tu casa que subían al cuarto de ustedes, es decir, las segundas gradas que estaban allá al final casi, cerca de donde estaba el carro antiguo estacionado en la calle entre la casa de tu abuelita Juana y la de tu tío Eladio. Pues bien, ahí en una tarde de verano, “Batman” fue entrevistado para ver si entraba al club, la primera pregunta fue: ¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón Bonaparte?, la segunda: ¿Cuánto es 4 más 2 menos 6?, la tercera; ¿Cómo se llama la ciudad donde vive Batman?, la cuarta: ¿Cuál es el nombre “real” de Superman? Y así, seguimos por unas cuantas más hasta que fui aceptado y entré al club.

¿Te acordás de la primera acción que realizaríamos? Sería en una noche de esas en la cual, por idea mía, iríamos a dar un “rondín” por el vecindario para ubicar nuestros escondites al tiempo de probar mi invento: proyectar la marca de Batman en alguna pared; es que yo había hecho como una calcomanía de cartón color negro con la figura de un murciélago (imitando a la de Batman) la cual, se la pegaríamos a una lámpara de pilas de mi abuelo y de esa manera, al encender la lámpara, proyectaríamos a la pared, la imagen de “llamada de auxilio” para Batman (tal cual la habíamos visto en la TV). La verdad es que, no nos funcionó el invento pero, nosotros igual, seguimos jugando con el club al cual, ya no le agregamos a nadie más, ¡solo fue un club de nosotros dos, je, je, je!

Después, según se me viene a la mente, recuerdo que una tarde nos fuimos desde tu casa al estadio a jugar con mi pelota; al cansarnos de jugar y de regreso a casa, decidimos irnos por una camino diferente, allá por la colonia Alisa, a pasar por la cancha de básquetbol. Te dije que pasáramos a beber agua a la casa de mi tía María Arévalo, quien vivía con dos de sus hijos (mis tíos Anaís y Noé) al tiempo de vos responderme: ¡si, está bien, vamos a la casa de la tía María! Llegamos y me sorprendió mucho ver que a ambos nos recibieron con la misma alegría, atención y cariño, vos –al igual que yo- le decías tía a ambas y tío a Noé; nos bebimos el agua, nos despedimos y al estar en camino, te pregunté ¿por qué les decías tías y tío? Pues, porque ella es mi tía María y sus hijos son mis tíos, respondiste; pero, ¿por qué? volví a preguntarte; no sé – respondiste- ni importa -agregaste-, ¡pues yo creo que sí importa! -te dije- ¿te acordás? es que, fíjate Hugo que si eso es cierto, significaría entonces que nosotros podríamos ser hasta primos quizás –te dije-, en eso tenés razón, sería chivo que de verdad fuéramos primos – concluiste- y se terminó la plática.

¿Y de los paseos que organizaba tu mamá a Tutunilco o al terreno de tu abuelita (que se llamaba “la Tortolita”), te acordás? ¡Puya!, que chivas eran esas tardes asoleadas en la que íbamos todo aquel cipoterío, caminando, jugando, sonriendo, jodiendo, riéndonos y gozando ya sea rumbo a Tutunilco o como digo, a la Tortolita, en medio del canto de los pájaros, bajo el bello sol resplandeciente, liderados y protegidos por tu mamá; es que, ahí íbamos un gran montón, entre ellos, tus hermanas Rhina, Vicky, Samara, tus primas Maritza e Iris, recuerdo a Richard, Simo y Dani Gil, a tu primo Jorge, a Moris Sandoval, a Joaquín “Tenguereche” entre otros… y por supuesto a la “Tina”, la siempre amable y sonriente Tina, que era capaz de entregar amor y cuidados a todos los cipotes que nos acercáramos a ella, sin importar que no fueran ustedes, a quienes ella si tenía obligación de cuidar, ella, la muy recordada Tina que nos expresaba sus sentimientos a través de sus brazos y manos que no eran simple gestos sino más bien frases y poesías, ¡que chuladas eran esas tardes! tan alegres, amenas, en plena amistad, sin odios, sin ofensas, sin rivalidades, sin prejuicios, solo cipotes compartiendo y disfrutando de la vida, tan llena de esperanza, tan llena de luz, tan llena de felicidad…   

¡No sabía que te extrañaría tanto!

Datos personales

Salí de la "Tierra Linda" en 1979 y siempre soñé y añoré con regresar y ver a la gente querida y a los lugares que me vieron hacer muchas cosas allá hace muchos abriles ya...