Ya con los años, precisamente en 1980, nos encontramos en el Norte del continente y al norte de nuestra “Tierra Linda”, en Los Ángeles, en Hollywood, para ser más exactos; vos ibas caminando por el boulevard más famoso del mundo del espectáculo, con tu característico pelo peinado estilo afro, vistiendo un pantalón estilo “overall” color rojo carmesí y yo venía con un pantalón increíblemente del mismo estilo, solo que de color amarillo chillante (después nos dimos cuenta que lo habíamos comprado en la misma tienda), nos vimos de reojo primero pero, al poner más atención y enfocarnos, nos reconocimos y dudando un poco, nos acercamos para saludarnos por medio de un caluroso abrazo. De ahí, empezamos nuevamente a frecuentarnos más. Entre esos sucesos recuerdo la noche de la navidad de ese año que la fuimos a pasar junto a tu mamá, quien vivía en casa de don Antonio Ayala y su esposa, doña Rosa, allá en Montebello; ¿te acordás de la gran mojada que nos llevamos esa noche en la parada de buses, cuando íbamos de regreso a Los Ángeles? Puya, hermanito, yo aun recuerdo que me estaba ca… yendo del tremendo frío que se me metía por todo el organismo hasta los huesos; ¿y después cuando llegaron aquellos pandilleros en un carro, y que se nos quedaron viendo con ganas de jodernos…?
Recuerdo también
cuando me acompañaste a una fiesta de cumpleaños de una amiga de la escuela
donde yo estudiaba y donde dejaste a un par de admiradoras quienes seguido me
preguntaban por vos pero, ante lo que siempre me dijiste que no tenías interés
en nadie más que no fuera tu adorada novia que estaba en la “Tierra Linda” y
quien pronto vendría para reunirse con vos, cosa que sucedió y con quien un
poco de tiempo después se casaron y permanecieron juntos hasta la fecha y
siguen juntos, ¡seguirán juntos! Eso realmente no solamente me sorprendió sino
que realmente me conmovió y agradó mucho pues me sirvió para darme cuenta de la
sinceridad y honestidad que llevabas en tu corazón hacia quien habías decidido
que fuera tu otra mitad. Nunca te lo dije pero, desde ese momento aprendí a
respetarte por otra faceta tuya, ¡te felicito hermano!
¡No sabía que te
extrañaría tanto!
¿Te acordás
cuando nos fuimos a acampar al lago Isabella, allá en el condado de Kern? Yo
recuerdo que Herbert, el Negro, vos y yo, salimos en la tarde de un día viernes
en una camioneta de Herbert, llegamos en la tarde/noche al río que pasa por
dicho lago, buscamos un buen lugar a la orilla y dispusimos de unos ricos
bocadillos que vos preparaste y nos juntamos los 4 alrededor de una fogata,
bajo la luna y aquel maravilloso manto de estrellas, al día siguiente nos
metimos al lago en las dos lanchas inflables que llevábamos, si mal no
recuerdo, eso fue el fin de semana del “memorial day” de 1981…
Mirá, fíjate que también
recuerdo que en esos días, vos trabajabas como “ingeniero” en uno de los
edificios más representativos de la ciudad de Los Ángeles en esa época, el “One
Wilshire”, mientras yo estudiaba en la “Evans”, vos vivías solo en tu
apartamento en la avenida Bonnie Brae y yo con mi mamá en la Calle Manhattan
Pl, es decir, vivíamos relativamente cerca por lo que nos empezamos a
frecuentar un poco más. En las tardes, al salir de la escuela, yo me iba en
bicicleta directamente a tu apartamento y de ahí nos íbamos a jugar
“racketball” a la escuela Belmont que quedaba bien cerca de tu apartamento;
¡todas las tardes íbamos a jugar hasta decir ya no! Eso me ayudó mucho a
mantenerme física y mentalmente saludable pues la nostalgia por la “Tierra
Linda” y su bella y querida gente que había dejado ya hace aproximadamente dos
años atrás, era ya bastante fuerte y acuciosa, al punto de causarme tristeza,
desesperación y deseos de regresarme, a pesar de ser yo, un joven entusiasta y
lleno de ilusiones que pensaba conseguir para llegar a la felicidad plena en
aquella metrópoli de hierro y cemento…
En esos días yo
me conseguí una novia a quien empecé a visitar muy seguido, casi cada noche;
recuerdo que en algunas ocasiones me acompañaste a casa de ella, aunque después
te alejabas rumbo a Hollywood que era el lugar que ambos preferíamos. Pues
precisamente una noche que íbamos rumbo a Hollywood te comenté que ya no podría
ir a jugar más porque me iría de la casa de mi mamá, me buscaría un trabajo y
me casaría porque había embarazado a mi novia y quien después sería mi esposa.
Al preguntarme cuando sería que me casaría, te respondí que primero debería
buscarme un trabajo para ahorrar suficiente para pagar el alquiler de un
apartamento adonde me llevaría a mi futura esposa; entonces vos sin dudarlo, me
ofreciste que me fuera a vivir con vos en tu apartamento mientras yo me
conseguía un trabajo. No me vas a pagar alquiler, ni por la comida, ¡ni por
nada! –me dijiste- solo quiero ayudarte para que ahorrés rápido y te consigas
un lugar bonito para vos y tu nueva familia.
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