Vaya pues, querida Cipotada Chula...
Como a usted le gusta y está disfrutando de estos bellos relatos de la doctora Mireille Escalante sobre nuestra Condesa, aquí hay mas:
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MI TIA CONSUELO CON EL MARQUEZ DE FAURA.
Aquí, se le ve muy elegantemente trajeada, en compañía de un dilecto amigo de su esposo Enrique Gómez Carrillo frente a El Mirador, en Grasse.
Mi tía Consuelo expresa que se trata del Marqués de Faura durante el año de 1926. Fotografía enviada a Dolores, mi madre, por mi tía Consuelo, y cuya dedicatoria, se lee:”En Niza frente a vuestra casa”
Tanta dicha para mi tía Consuelo no podía ser eterna, a finales del año 1927, debido a un derrame cerebral, falleció Gómez Carrillo, “el Príncipe de la Crónica”, originario de Guatemala; quedando heredera de toda su fortuna y de “El Mirador”, una mansión situada en Grasse, Alpes Marítimos.
Al convertirse mi tía Consuelo en la viuda de Gómez Carrillo, conoce al amor de su vida, al famoso escritor, piloto y de linaje, al francés Antoine de Saint Exupéry, quien la inmortalizó en su obra Maestra, EL PRINCIPITO, como “LA ROSA; mi tía Consuelo, contrae matrimonio el 12 de abril de 1931, en la capilla privada del castillo de Agay, Francia; ella, vestía de negro, emulando a su hermana Dolores, cuando también vistió de luto al contraer segundas nupcias, con el Dr. José María Valle.
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AMANDA MILAGRO, conocida solo por AMANDA, y por MADY; (1905-1974) contaba ciertas anécdotas de mi tía Consuelo, entres ellas, estaba que Consuelo, su hermana, era una niña traviesa en su infancia, tratándola como a una muñequita de carne y hueso; Amanda, a los cinco años, y mi tía Consuelo, tenía nueve- le había hecho muchos collares ornamentales de lágrimas de San Pedro,-semillas muy parecidas a los caracolitos de mar que se entierran en la orilla en la arena- los había teñido con añilina de diferentes colores; todos estaban cuidadosamente hilvanados mediante una aguja capotera e hilo de cáñamo; se los puso alrededor del cuello a mi tía Amanda, con tan mala suerte, que los coloridos collares típicos, para la vista inofensivos, pero se le enredaron en su cuello casi llegando a la asfixia.
El Coronel Félix Suncín Mónchez -.su padre- intervino a tiempo, cortando los hilos con una filosa navaja, liberando a mi tía Amanda de la muerte segura.
Por supuesto que a mi tía Consuelo, no la castigaron, porque era la niña enfermita y a la cual le guardaban consideraciones.
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Por ser la mayor- mi tía Consuelo, tenía más habilidades e ingenio, que el de sus hermanas; le gustaba disponer de dinero; había aprendido a bordar pañuelos con los nombres de los trabajadores de la finca de Tres Ceibas, cuando el Coronel Suncín Mónchez pagaba planillas -en la oficina situada en la casa de Armenia, mi tía Consuelo, hacía venta loca de los pañuelos bordados. Amanda y Dolores solamente observaban en silencio dicha transacción.
El Coronel Felix Suncín, padre de su tres “mujercitas”, se preocupaba por la salud mental de sus hijas, llevándolas de paseo a la Hacienda San Diego, carretera del Litoral, del Departamento de La Libertad, República de El Salvador.
Esta fotografía corresponde al Año 1919, las tres hermanas montando a caballo.
La Hacienda San Diego, bordeada de la aguas del Océano Pacifico era un paseo preferido. De izquierda a derecha, se encuentra a mi tía Consuelo, con blusa y sombrero blanco: en medio, mi tía Amanda, obsérvese la más pequeña y menuda de todas y mi madre Dolores, al lado derecho, de tez blanca porcelana, montada sobre el caballo blanco.
Amanda, mi tía preferida y querida, para mí una segunda madre, ella me dio cariño, comprensión, cuidados especiales; durante mi adolescencia, acudía a solicitarle consejos; luego siendo adulta ; me apoyaba en mis “proyectos”, siendo yo una, estudiante de la Facultad de Derecho, en la Universidad Nacional de El Salvador, que había terminado de cursar el tercer año y de haber obtenido los “atestados”-autorización legal para ejercer la defensoría- había aprobado la materia de Instrucción Criminal, ó Derecho Procesal Penal, en 1966, y en consecuencia, ya podía desempeñar la “defensoría en lo penal”.
Escogí la ciudad de Armenia, para hacer mi práctica, ayudándole a reos “pobres de solemnidad”, que no podían costearse un “defensor”. Reyesito, un jornalero originario del Cantón Tres Ceibas, había caído preso por haber arrancado “escobas” de café,- eran unos arbolitos nacidos de manera silvestre del grano maduro del café, sin ninguna asistencia- un día el Mandador de una finca, lo encontró con las “manos en la masa”, y lo entregó a la Guardia Nacional, poniéndolo a disposición del Juzgado de Paz de Armenia. Casualmente, yo me encontraba ese día, en el Juzgado cuando le reconocí, le brindé mi ayuda a Reyesito.
Recuerdo la cara de felicidad cuando vio que lo reconocí y luego, de vergüenza; lo habían llevado preso, ¡como un vil ladrón!
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La Jueza, la Doctora Consuelito Alvarenga, nombró “peritos“para el valúo de los daños sobre lo decomisado, dando como resultado: Quince colones, equivalentes ahora a UN DÓLAR CON SETENTA Y UN CENTAVOS DE DÓLAR de los Estados Unidos de América. La Jueza declaro “FALTA”, el hecho, y lo puso en libertad inmediata. Se agilizó el proceso porque me había mostrado defensora.
Amanda preocupada por hacerme “clientela” en Armenia, se comprometía a mandarles comida a los reos detenidos en la cárcel municipal. En ese entonces, comenzaba a hacer mis primeros pininos, - mis primeras defensas; no cobraba honorarios; porque mi padre, un Abogado entusiasta de su profesión, el Doctor Alejandro Escalante Dimas, me requería, que tenía la obligación de mostrar mi agradecimiento a la sociedad, por haberme permitido “el estudio” casi gratuito la Universidad Nacional de El Salvador; durante toda mi carrera estudiantil, pagué una cuota mensual simbólica; retribuí con creces, mi agradecimiento, durante diez años, trabajé como defensora de los más necesitados, en los Juzgados de Paz, y de Primera Instancia de Armenia. De ahí, el nombre que mi sobrina Marlene Mireya, hija de mi hermano Edgar, me llamara “la Defensora de los pobres”.
A pesar de que mi tía Amanda no pudo ver coronado mis estudios universitarios, me queda la satisfacción de haberla invitado con mi madre Dolores, a celebrar con un delicioso almuerzo al Hotel antes Camino Real, -Cinco Estrellas- situado sobre la calle de “Los Héroes” de San Salvador, El Salvador, al aprobar mi PRIMER EXAMEN PRIVADO en 1973; al siguiente año, Amanda fallecía el 13 de junio de 1974; debido a los compromisos adquiridos con mis clientes, continué brindando mis servicios hasta Diciembre de 1976, año en que me otorgaron el título de Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales.
Por la defensoría que ejercí en Armenia, designaba tres días semanales, para atender a mi “clientela”, y aprovechaba, a la vez, la ocasión de acompañar a mi tía Amanda -intentando llenar el vacío que mi hermano Edgar había dejado en 1968 –creo que nunca lo logré… Pero sí, tuve un acercamiento con ella, quien conversaba conmigo, contándome historias pasadas, sobre su vida, sobre mi tía Consuelo y sobre su estadía en París.
Amanda, mi tía, me narraba que su madre, doña Ercilia había sido conocida en la población de Armenia como la “Niña Chilita, esposa del Coronel Félix Suncín Mónchez, y con quien había procreado a todos sus hijos legítimos pero, que cuando nacía un “varón” en el hogar Suncín-Sandoval, había jubilo, fiesta, solo por el hecho de ser del sexo masculino; la condición de militar, autoritario, y “machista” prevalecían en el Coronel Suncín Mónchez; sin embargo la tristeza lo invadía cuando una hija, hembra nacía, el hogar parecía otro día común y corriente, un día cualquiera de trabajo.
Decía que mi abuela Ercilia “se había perdido la gallina” (22).
La Abuela Ercilia nunca vio con agrado la discriminación que su esposo, el Coronel Suncín Mónchez, tuviera para con sus tres hijas. Como madre, decía que los quería a todos por igual. Aunque la verdad, siempre hubo un hijo preferido, más querido y amado, que los demás.
Lamentablemente, los hijos, fueron muriendo en diferentes fechas, sin llegar a la pubertad, falleciendo por enfermedades desconocidas. El Coronel Félix Suncín Mónchez, aceptaba y repetía, que había sido “un castigo Divino, enviado por Dios,” ya que él pregonaba “que es el padre quien debería ser enterrado por el hijo”; él sufría en silencio y en carne propia, el deceso de cada uno de sus hijos.
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Al verse el Coronel Suncín Mónchez, padre de mi tía Consuelo, sin sus “varones”, no tuvo más remedio que aceptar a las hembras, las cuales, se convirtieron en las “niñas de sus ojos”, las mimaba, y las cuidaba con ternura. Las hijas, no lograban comprender la razón de tan brusco cambio hacia con ellas.
A mi tía Amanda le salió una mancha blanca en su cara, sospechándose vitíligo, una enfermedad degenerativa en la pigmentación de la piel que la decoloraba hasta quedar totalmente blanca. El Coronel Suncín Mónchez, preocupado por esa rara enfermedad amenazante a surgirle a su hija Amanda, decidió curarla con métodos salvajes: le puso la brasa encendida, de un puro- cigarro grueso formado de hojas crudas , secas de tabaco- y la apagó en su cara, sobre la mancha.
mi tía Amanda le desapareció lo blanco, de la mancha, y se quedo su padre, vigilándole la quemada, que no le fuera a quedar cicatriz.
Para mostrar lo simpática que lucía Amanda, a sus quince años de edad, presento esta graciosa Fotografía, con la siguiente Dedicatoria: “A mis hermanas: Cariñosamente, MADY.”
Resalta su cabellera larga, color café claro, sus ojos “dormidos”- los mismos que mi hermano Edgar heredara. Pareciera la Dama Sajona, “Lady Godiva”, que cabalgó en Coventry, totalmente desnuda, tapándose solo con su cabellera. Mi tía Amanda, está con sus hombros desnudos. Éste retrato, de 1920, para su época, era totalmente escandaloso, impúdico, -el solo hecho de posar de esa forma al fotógrafo era condenable.
Mi hermano Edgar, y yo, a mi tía Amanda, la amamos, la admiramos, y la protegimos. La recuerdo, alegre, jocosa, desafiante. Al igual que mi tía Consuelo, mi tía Amanda fue estéril. Enemiga acérrima del matrimonio, y de los compromisos hogareños. A pesar de ser “solterona”, nunca fue “amargada”, ni frustrada.
Nunca tuvo “marido conocido”; no tenía vicios: no fumaba, ni tomaba bebidas alcohólicas.
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