Cipotada Chula,
Les invito a que sigamos deleitándonos con las ricos relatos de la doctora Mireille Escalante sobre su tía Consuelo, nuestra Condesa...
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EL DR. ALEJANDRO ESCALANTE DIMAS, CONSUELO DE SAINT EXUPERY Y UN AMIGO
Mi tía Consuelo, vestida de color gris, demostración de luto por la muerte de su madre, en 1952, posaba con su cuñado, Dr. Alejandro Escalante Dimas, y donde el “colega” hace trazos con un lápiz gigantesco, emulando la elaboración de un documento legal, pero realmente se trataba del proyecto del permiso para que mi hermano Edgar saliera fuera del país, ya que él tenía 17 años de edad, y hasta los 21, se consideraba la mayoría de edad.
Tal como lo había hecho antes, en 1938, visitaba nuevamente en 1952, el Lago de Coatepeque, en el Departamento de Santa Ana, El Salvador. Las aguas del Lago para ella conservaban el misterio de sanación, le atribuía poderosas fuerzas curativas, derivadas del azufre, acompañadas a la refrescante brisa. Comparando las aguas tranquilas del lago, con las del mar: La Libertad, Acajutla, Los Cóbanos, Metalío, la Barra de Santiago, todas, pertenecientes al Occidente del país, a mi tía Consuelo no le atraían las olas bañadas en yodo y sal, bajo el quemante sol tropical.
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DOLORES, MI MADRE, Y SU HERMANA, MI TÍA CONSUELO EN 1952 EN LAGO DE COATEPEQUE
Cuentan muchas leyendas del Lago de Coatepeque, entre ellas, está la de los desaparecidos nadadores, que cuando se adentran al lago, las corrientes subterráneas, los encaminan a las entrañas del Volcán de Santa Ana; a pesar de la búsqueda de sus cuerpos, mediante buzos jamás encontraron sus cadáveres.
Otra, historia, es que por la medianoche, en la calle vecinal, sale a caminar una mujer fenómeno, entre calavera y bestia, llamada la “descarnada”, que asesina a cuanta persona se encuentra.
También está la del “Tabudo”, una bestia que rema en un cayuco (22), alrededor de la isla y desaparece misteriosamente. Por las noches, nadie se acerca a las aguas del lago. Igual ocurre, con la presencia del “chupa cabras”, cuyos ojos son rojo carbón encendido, que a los seres vivientes, les succiona la sangre, no importando si son animales vacunos, aves o humanos; una especie de “vampiros”. La más común, actualmente, que a raíz de los terremotos del año 2001, el agua del lago, se va evaporando poco a poco, y temen su pobladores, que se vaya secar, a desaparecer.
De todo lo anterior no hay comprobación científica, es pura ficción, “cuentos de camino real”. A pesar de las leyendas, muchas personas disfrutan y visitan el Lago de Coatepeque, tal como otrora, lo hiciera mi tía Consuelo.
Existiendo hoy en día, muy buenos hoteles que dan servicio a turistas, para descansar en vacaciones.
El calor sofocante del Océano Pacífico,- a pesar de tener muy buena fama sus extensas playas, de oleaje tibio, brisa marina acariciando el cuerpo-, a mi tía Consuelo, le provocaban malestar a su organismo, una tos incontenible que parecía silbar su pecho incansablemente, hasta llegar casi a la asfixia.
Una vez, en 1962, en la ciudad de Sonsonate, El Salvador, apenas habíamos llegado a la casa de la tía María Vides de Durán, prima en no sé qué grado de mis tías Consuelo, Amanda y de mi madre Dolores, a la casa situada en el centro de la ciudad, cerca del Parque Rafael Campos, tuvimos que regresarnos inmediatamente, porque a mi tía Consuelo, le dio una tos incontenible.
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Sonsonate, es un lugar extremadamente caluroso, posiblemente por la cercanía a la costa, a 225 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura de 37 grados Centígrados- en época fresca.
EDGAR, MI HERMANO CON MI TIA CONSUELO, EN GRASSE -1953
Presento la fotografía del año 1953 de Edgar (mi hermano) y sobrino de mi tía Consuelo, en Grasse, Francia, casi al año de haber partido de El Salvador, para enviársela mi madre, quien extrañaba a su hijo, conformándose al saber que lo trataría como al hijo que nunca tuvo. A él, se le veía ilusionado, complacido y decidido a superarse.
Me hubiera gustado conocer sus pensamientos: Mi tía Consuelo, con su estabilidad económica, por fin tenía cerca a un familiar, para presentarlo a sus amistades; y mi hermano, la felicidad de estar en un país diferente a El Salvador, con nuevos amigos, y nuevo ambiente.
Mi madre, Dolores, pasaba las tardes, escribiendo cartas; aconsejando a su hijo, y agradeciéndole a su hermana Consuelo, el interés que se tomaba en supervisar la educación de su sobrino; por las tardes se sentaba a escribir en la mesa del comedor, grande y ancha de madera, cuyas cuatro patas, emulaban las garras de un león.
Con sus lentes puestos, mucho primor, y letra Palmer dibujada, copiaba estrofas del libro “CARTAS DE LORD CHESTERFIELD A SU HIJO”. Ese estupendo libro, influyó en mí, para adentrarme a practicar la literatura epistolar, desde entonces, me fascinó escribir cartas, primero a mi tía Consuelo, y luego a mis amistades lejanas.
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