Le traigo mas sobre nuestra Condesa...
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Se escribieron biografías de él, ocultando a su amada esposa, como si hubiera sido un pecado fijarse en la salvadoreña –americana-.
Fue hasta el año 2000, que le reconocieron el mérito de haber sido calificada por Antoine, en el cuento de LA ROSA de El Principito; otras mujeres, se adjudicaban tal título, pero Saint Exupéry la identifica claramente, como para borrar dudas, como LA ROSA QUE TOSIA… (El asma, lo expresa como un “don” que solo mi tía Consuelo podía tener).
Abajo, está Saint Exupéry y mi tía Consuelo en un hotel de Nueva York, en 1938, estando en convalecencia debido al accidente aéreo ocurrido, en Guatemala. Se encuentran desayunando, él, en su traje formal tomando sus alimentos, conservando las buenas costumbres inculcadas por su noble familia; en cambio mi tía Consuelo, en bata, recién levantada, pero haciéndole compañía.
ANTOINE DE SAINT EXUPERY Y MI TIA CONSUELO
Mi tía Amanda, acompañó a su hermana Consuelo, y a Saint Exupéry, en 1938 a los Estados Unidos, la estadía fue breve, trasladándose después a Francia.
En el año de 1944, año en que desapareció en un vuelo aéreo de “reconocimiento” Antoine de Saint Exupéry, quien fuera piloto aéreo postal de la ruta que surcaba los cielos desde Argentina- Paris, y viceversa. Por haber sido Antoine de Saint Exupéry, declarado “héroe de guerra”, mi tía Consuelo, tenía el privilegio de viajar gratis a los países donde la aerolínea AIR FRANCE, tuviera servicio aéreo. Utilizando ella, a diestra y siniestra ese servicio.
Cada vez que enfermaba de “tristeza y soledad”, tomaba el avión, y se iba a descansar a otro país y dictaba conferencias sobre El Principito.
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Gozaba de una pensión bastante remunerada que el gobierno francés le pasaba por ser la viuda de Saint Exupéry. Así fue pasando la vida, entretenida entre viajes y conferencias, jamás volvió a casarse. Amanda, mi tía posa sentada en el suelo afuera de “El Mirador”, muy recatada, con medias Oscuras que le llegan a las rodillas, y zapatos negros.
Regresó a El Salvador, al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, yo nací, el 1 de abril de 1945. Por supuesto regresaba entusiasta a su natal Armenia, donde ansiosa volvería a vernos, en especial a doña Ercilia, su madre; a su hermana Dolores, y su esposo, el Dr. Alejandro Escalante Dimas; y a sus sobrinos, Edgar y yo, recién nacida.
Mi tía Amanda venía con costumbres europeas imitando a su hermana Consuelo; después de haber pasado 7 años de su vida, le aprendió muchas cosas. Entre las cuales estaba su cabello, el cual siempre conservó rubio “amarillo”–hasta el momento de morir. Costumbre adquirida de mi tía Consuelo, ella, gustaba pintarse el cabello, de rubio cenizo.
En Armenia, fue conocida como la “rubia”, de las Suncín; vestía lujuriosamente trajes ceñidos a su cuerpo esbelto- mi tía Consuelo, le había enseñado esa forma de vestir; dormía profundamente hasta bien tarde por las mañanas – según lo hacen los Parisinos; levantándose de dormir, a las diez u once de la mañana- esto lo tengo tan presente, y lo recuerdo como si hubiera sido ayer, porque yo tenía prohibido correr, jugar y gritar mientras mi tía Amanda descansaba; al despertarse, abría una ventana de su dormitorio y su madre, mi abuela Ercilia presta le servía el desayuno en una bandeja: su taza de café, un pedazo de quesadilla, ó sino pan francés con queso- esa era su comida, para mantener su “figura”; se lucía hablando un perfecto francés cada vez que podía hacerlo, varias veces, la escuché conversar con mi hermano Edgar cuando él regresó de Europa 1961, y otras veces, con el General Fidel Sánchez Hernández en 1967, quien fue Presidente de la República de El Salvador. Yo sentía vergüenza, porque enfrente de medio mundo, charlaba tranquilamente en francés, pero para ella, era un orgullo, causando admiración con la conversación.
Las personas que no conocieron a mi tía Amanda, y a mi madre Dolores, deberían callar, y abstenerse a expresar que entre ellas hubo rivalidades, pleitos de herencias y comentarios negativos, porque es totalmente falso. A través de las diferentes cartas y fotografías, se observa el cariño, y respeto, que mi tía Consuelo guardaba hacia su única familia.
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No pudo haber discordia de herencias, porque cuando la madre de mi tía Consuelo, mi abuela Ercilia, falleció en 1952 no dejaba bienes, así lo dice la Partida de Defunción. Aclaro esta situación porque escritores mal informados acusan a mi tía Amanda de haberla despojado de la casa de Armenia, dejándola sin “su herencia”.
Dicho comentario, absurdo y ridículo. Además mi tía Consuelo, se fue del país, El Salvador, para siempre, viniendo de visita solamente y fueron contadas con los dedos de las manos: en cuatro ocasiones: 1938, 1952, 1962 y 1972; jamás reclamó herencia alguna a sus hermanas.
A manera de información, me permito aclarar, que la casa de Armenia, según antecedente inscrito en el Registro de la Propiedad Raíz de la Tercera Sección de Occidente, del Departamento de Sonsonate, El Salvador, ese inmueble, SIEMPRE, perteneció a mi abuela Ercilia, quien a su vez, se la dio en donación a mi madre Dolores, con la condición de que el USUFRUCTO VITALICIO fuera de mi tía Amanda, porque ella era soltera, sin hijos y sin profesión, sin modus vivendi; y además existía la obligación moral de velar y cuidar de ella, por ser la hermana menor. En la actualidad, es un predio baldío, y no pertenece a la familia Suncín.
Mi tía Consuelo aceptó esa decisión, porque incluso, después de fallecida su madre Ercilia, en las siguientes dos ocasiones que vino a El Salvador, en 1962 y 1972, llegaba directamente a descansar a la casa solariega, cómoda y fresca situada en Armenia, donde habitaba su hermana Amanda. Tengo muy presente cuando por primera vez la vi fue en la casa de Armenia, el 9 de agosto de 1952, fecha que se rezaba el novenario de su madre Ercilia, mi abuelita; yo tenía, apenas 7 años de edad, y su presencia vertía murmuraciones secretas entre los presentes.
MI TÍA CONSUELO DE SOMBRERO EN PARQUE DE ARMENIA- 1952
En agosto de 1952, recién fallecida mi abuela Ercilia, mi tía Consuelo, vestía de blanco, por estar de duelo, acompañada de sus hermanas que vestían de luto y blanco.
Al fondo se divisa el Kiosco del parque de la ciudad de Armenia, el cual aún existe, hoy remodelado, sin los árboles frondosos, pero conservando las bancas de cemento para sentarse, las preferidas por los comerciantes, para hacer sus transacciones.
En aquel entonces había árboles milenarios que refrescaban el ambiente. El suelo de tierra, está encementado y la calle, que fue empedrada, actualmente es pavimentada.
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Yo alcancé a conocer ciertas costumbres de la población, por las noches, todas las personas se volcaban al parque.
Sin importar el día, de lunes a domingo; las mujeres caminaban –dándole la vuelta al parque, con rumbo derecho, y los hombres, lo hacían, hacia el izquierdo, a manera de encontrarse, y saludarse cordialmente.
Así transcurrían las noches. ¡Buen ejercicio! No se sentía el agotamiento al caminar lentamente, y con la ilusión de encontrarse algún galán o una bella. Se caminaba sin llegar a destino alguno.
Caminando se concertaban los matrimonios. No podían besarse en la mejilla, solo un saludo fraternal. Yo, por mi edad, no comprendía que el parque era el lugar donde se citaban los novios, para acordar verse después a escondidas.
Cuando los abanicos y pañuelos de señoras, estuvieron de moda, se hablaba con señales; si la dama iba abanicándose, significaba que la señorita estaba disponible, soltera y sin compromiso; se guiñaban los ojos coqueteando.
Las mujeres casadas, no tenían derecho a pasear durante las noches, ellas se quedaban en el hogar cuidando a su marido y a sus hijos. Si la dama arrojaba el pañuelo bordado, el galán que lo recogía sería su pretendiente después. Solamente los fines de semana, los días viernes, sábado y domingo por las noches en el centro del kiosco amenizaba la Banda Municipal de Armenia, música popular, y muy de vez en cuando, clásica.
La Banda Municipal con su música, también daba realce a los actos importantes de Armenia, acompañaba entierros de algún personaje hasta el cementerio, dándole el último “adiós” de despedida. Para mí fue inolvidable, esa estadía, pues cuando ella, regresaba a Paris, se llevaba consigo a su sobrino Edgar, ó sea a mi hermano; quedando entonces yo, como “hija única”.
Sufrí la ausencia de mi hermano Edgar; ya no tenía quien me mimara, me hiciera caricias y jugara conmigo. Quedé huérfana de amor fraternal. El tiempo que todo lo cura, hizo borrar lentamente mi tristeza.
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