viernes, 3 de septiembre de 2021

Carta a Hugo Figueroa - 2

 Mirá Hugo, vieras como me ha afectado esta triste noticia de tu despedida, es que, me llegó de repente y de un solo pencazo, y lo peor es que llega esta y PUM!… se le juntan todos esos bellos recuerdos de instantes, situaciones, juegos, travesuras, etc. que juntos vos y yo, pasamos y disfrutamos. Vos sabés, que son tantos los recuerdos, brother, que creo que me pasaría horas enteras trayéndolos a mi mente hasta que pasaran días. Son tantas y bellas las memorias que guardo en mí, que realmente me siento yo mismo sorprendido al ver como una a una se aparecen estas que, al repasarlas, casi siempre causan que se venga otra más y después, otra más y otra más…  

¿Te acordás vos desde cuándo es que somos amigos?

Los primeros recuerdos que tengo yo de nuestra amistad, vienen desde que estábamos en segundo grado en la Juan José Solórzano, cabal ahí enfrente de la entrada del lado izquierdo de la iglesia, a la par del Colegio Santa Teresa; era un medio día en el que al salir de clases e ir rumbo a mi casa, que estaba en la misma calle de la escuela, vos y tu primo Jorge (Charamisa), iban detrás de mí jodiéndome, poniéndome y gritándome apodos, hasta que al llegar corriendo a mi casa, rápidamente le conté a mi abuelita (quien estaba en la puerta) que unos bichos me iban molestando (yo ni sabía los nombres de ustedes), al escuchar mi queja, mi abuelita solo les miró a ustedes y me ordenó que entrara. Ya una vez adentro de la casa mi abuelo intervino y al escucharme y sobretodo escuchar a mi abuela quien le dijo que no eran unos bichos malos, sino que eran: “un hijo de la Mimía Figueroa y uno de Juan Burgos”, mi abuelo se sentó en su mecedera y al dirigirse a mí, me tranquilizó diciéndome que ustedes solamente querían ser mis amigos, que no querían pelear sino que jugar. ¡Mañana cuando estén en la escuela hablales y ponete a jugar con ellos, si ellos te joden, jodelos vos a ellos, si ellos te dicen apodos, deciles apodos vos a ellos! Yo, no recuerdo si les hablé ni si jugamos al día siguiente o días después pero, lo que sí sé es que, otro día, yo estaba jugando con una pelota bien chiva que me había regalado mi padrino, ahí en la calle de mi casa, cabal en la acera de la casa de la niña Amanda Suncín, cuando pasaste vos y me preguntaste si podías jugar conmigo. De seguro te respondí que si porque lo que recuerdo que pasó después, es que era muy frecuente que yo visitara tu casa adonde jugábamos con mi pelota o con juguetes tuyos. Te gustaban los paquines y eras seguidor de Superman, yo de Batman ¿te acordás? y cabal recuerdo que un día, por iniciativa tuya, decidimos formar el club de los superhéroes de Armenia y el primer candidato a miembro en ser entrevistado fui yo, es que, por ser vos el de la idea, decidiste ser quien decidiera quien entrara y quien no al club. Cabal en las gradas de tu casa que subían al cuarto de ustedes, es decir, las segundas gradas que estaban allá al final casi, cerca de donde estaba el carro antiguo estacionado en la calle entre la casa de tu abuelita Juana y la de tu tío Eladio. Pues bien, ahí en una tarde de verano, “Batman” fue entrevistado para ver si entraba al club, la primera pregunta fue: ¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón Bonaparte?, la segunda: ¿Cuánto es 4 más 2 menos 6?, la tercera; ¿Cómo se llama la ciudad donde vive Batman?, la cuarta: ¿Cuál es el nombre “real” de Superman? Y así, seguimos por unas cuantas más hasta que fui aceptado y entré al club.

¿Te acordás de la primera acción que realizaríamos? Sería en una noche de esas en la cual, por idea mía, iríamos a dar un “rondín” por el vecindario para ubicar nuestros escondites al tiempo de probar mi invento: proyectar la marca de Batman en alguna pared; es que yo había hecho como una calcomanía de cartón color negro con la figura de un murciélago (imitando a la de Batman) la cual, se la pegaríamos a una lámpara de pilas de mi abuelo y de esa manera, al encender la lámpara, proyectaríamos a la pared, la imagen de “llamada de auxilio” para Batman (tal cual la habíamos visto en la TV). La verdad es que, no nos funcionó el invento pero, nosotros igual, seguimos jugando con el club al cual, ya no le agregamos a nadie más, ¡solo fue un club de nosotros dos, je, je, je!

Después, según se me viene a la mente, recuerdo que una tarde nos fuimos desde tu casa al estadio a jugar con mi pelota; al cansarnos de jugar y de regreso a casa, decidimos irnos por una camino diferente, allá por la colonia Alisa, a pasar por la cancha de básquetbol. Te dije que pasáramos a beber agua a la casa de mi tía María Arévalo, quien vivía con dos de sus hijos (mis tíos Anaís y Noé) al tiempo de vos responderme: ¡si, está bien, vamos a la casa de la tía María! Llegamos y me sorprendió mucho ver que a ambos nos recibieron con la misma alegría, atención y cariño, vos –al igual que yo- le decías tía a ambas y tío a Noé; nos bebimos el agua, nos despedimos y al estar en camino, te pregunté ¿por qué les decías tías y tío? Pues, porque ella es mi tía María y sus hijos son mis tíos, respondiste; pero, ¿por qué? volví a preguntarte; no sé – respondiste- ni importa -agregaste-, ¡pues yo creo que sí importa! -te dije- ¿te acordás? es que, fíjate Hugo que si eso es cierto, significaría entonces que nosotros podríamos ser hasta primos quizás –te dije-, en eso tenés razón, sería chivo que de verdad fuéramos primos – concluiste- y se terminó la plática.

¿Y de los paseos que organizaba tu mamá a Tutunilco o al terreno de tu abuelita (que se llamaba “la Tortolita”), te acordás? ¡Puya!, que chivas eran esas tardes asoleadas en la que íbamos todo aquel cipoterío, caminando, jugando, sonriendo, jodiendo, riéndonos y gozando ya sea rumbo a Tutunilco o como digo, a la Tortolita, en medio del canto de los pájaros, bajo el bello sol resplandeciente, liderados y protegidos por tu mamá; es que, ahí íbamos un gran montón, entre ellos, tus hermanas Rhina, Vicky, Samara, tus primas Maritza e Iris, recuerdo a Richard, Simo y Dani Gil, a tu primo Jorge, a Moris Sandoval, a Joaquín “Tenguereche” entre otros… y por supuesto a la “Tina”, la siempre amable y sonriente Tina, que era capaz de entregar amor y cuidados a todos los cipotes que nos acercáramos a ella, sin importar que no fueran ustedes, a quienes ella si tenía obligación de cuidar, ella, la muy recordada Tina que nos expresaba sus sentimientos a través de sus brazos y manos que no eran simple gestos sino más bien frases y poesías, ¡que chuladas eran esas tardes! tan alegres, amenas, en plena amistad, sin odios, sin ofensas, sin rivalidades, sin prejuicios, solo cipotes compartiendo y disfrutando de la vida, tan llena de esperanza, tan llena de luz, tan llena de felicidad…   

¡No sabía que te extrañaría tanto!

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Salí de la "Tierra Linda" en 1979 y siempre soñé y añoré con regresar y ver a la gente querida y a los lugares que me vieron hacer muchas cosas allá hace muchos abriles ya...