viernes, 18 de marzo de 2011

Un Domingo de Ramos, Mucho Tiempo Atrás...

El candente sol estaba encaminándose a su pináculo y sus rayos caían incesantemente no solamente sobre las calles de tierra humedecidas por las cantaradas de agua echadas a buena mañana por los moradores de las casas adonde pasaría la procesión -evaporándoles el precioso liquido- y, sobre los techos de teja cubriendo las humildes chozas de los habitantes, sino que también sobre las aporreadas espaldas de los penitentes, devotos y curiosos que acompañaban a la procesión del Señor en recordación a la entrada triunfal hecha hacía unos dos mil años atrás allá en Jerusalén.

Con las campanas de la iglesia repicando alegremente, con la gente moviéndose como hormigas, con las calles adornadas con arbustos, ramas y flores amarradas a palos zampados por la orilla de las aceras y con la banda municipal justo atrás de la procesión mencionada, tocando las correspondientes piezas musicales apropiadas a la ocasión, se celebraba el inicio de la Semana Santa. Era Domingo de Ramos y al igual que todos los bichos, yo andaba contento y juguetón, estrenando mudada y con grandes ganas de hacer de esa ocasión, una memorable.

La procesión había salido de la iglesia hacía un buen rato – temprano en la mañana- pero aún faltaba mucho de su tradicional recorrido asiesque, con unos cheros del sexto grado, nos fuimos adelante de ella por varias cuadras a ver las alfombras de sal teñida sobre aserrín en las cuales muchos pretendían demostrar sus habilidades artísticas que las revestían con el fervor religioso.

Como tales expertos en la materia, íbamos catalogando la aplicación de los colores, la escogitación del diseño, el tamaño de la alfombra, la escala de los elementos, los materiales aplicados, etc., etc. (aunque en realidad, le dábamos mas consideración e importancia a las personas involucradas en la elaboración de las mentadas alfombras). Íbamos también (¿por qué no decirlo?), coqueteando con las cipotas que en los bailes escueleros de los viernes por la tarde, habíamos bailado e intercambiado miradas (pues las palabras –esas si-, ¡eran mas difíciles de intercambiar!) y así, ganando más aceptación entre alguna de las escogidas y edificando ilusiones que tal vez el tiempo o las circunstancias se encargarían de solidificar o de desmoronar irremediablemente.

Por la esquina de la zapatería de don "Chico" Olmedo íbamos cuando llegó Chepe Toño a contarme que mi primo Nelson había llegado de la capital y que en casa preguntaba por mí; a causa de estar enfrente de una bicha que me gustaba mucho y a quién creía no serle indiferente, a la que estaba mirando de reojo y disimuladamente cuando ella se secreteaba con sus amigas, dispuse no irme inmediatamente a casa, a pesar de saber que las visitas de Nelson eran muy importantes para mí pues este primo, siempre había sido bien chévere conmigo. Me estuve un rato más, hasta que la procesión se nos acercó y nos encaminamos unas cuadras adelante hasta llegar enfrente de la casa de don Pedro Cuellar (siempre siguiendo a “mi” bicha y sus amigas) cuando, una de ellas, se alejó del grupo rumbo a nosotros y a unos cuantos pasos mencionó mi nombre:

- ¡Monsiour, vení!

- ¿Yo?

- Si hombre, vení.

- Va pues,

- Mirá, dice “aquella” ¿que si vamos a la poza, hoy en la tarde?

- Este, si hombre ¿y quienes vamos?

- Pues, ella dice que a vos, ¡te quiere con ella!, dice la Marina que le llevés a Milo, la Tere quiere que le digás a Chamba y a mí, llevame al Tigre, ¿oíste?

- Está bien pero, ¿y a qué hora, vos?

- Pues a eso de las 2, ¿está bien?

- Si, está bien, allá nos vemos,

- Salú...

Con ese compromiso logrado que contraía la gran posibilidad de "amarrar" con esa cipota que tanto me gustaba y que era muy solicitada por muchos; después de contarles y ponernos de acuerdo con los cheros solicitados por ellas y de hacer los arreglos necesarios para irnos a la poza esa tarde, opté por encaminarme – ahora si- a casa, para saludar y abrazar a mi primo Nelson. Cuando llegué este no se encontraba pues me andaba buscando, por lo que salí yo ahora a buscarle a él. Me lo encontré cuando preguntaba por mí a unos cheros enfrente del parque; aquel se alegró de verme pero me demostró su disgusto por haberle hecho esperar tanto. Después de su pequeño discurso y sermón, me dijo que me alistara pues en ese momento saldríamos para Atecozol;

- Puta, mirá Nelson fijate que yo tengo que ir a la poza a...

- No me vengás con babosadas Monsiour, nosotros siempre hemos salido a joder y yo, he venido desde San Salvador para esto, asiesque, ¡apurate!

- Por favor papá, fijate que yo ando detrás de esa cipota desde hace muchos días y...

- Nada de eso, ¡vos apurate y vámonos!

- Mirá, ¿y por qué no vamos mejor mañana?

- NO, ahora,

- Pero fijate que las camionetas pasan bien seguido, siquiera dame chance de ir a decirles a las cipotas que no voy a poder ir a la poza,

- Lo que pasa es que no nos vamos a ir en camioneta, ¡nos vamos a ir caminando!

- ¿Que, qué?

- Si, caminando, acordate que allá en San Salvador nos hemos ido varias veces desde la feria internacional hasta la casa (Colonia San Antonio, en Ayutuxtepeque), después de los conciertos en el teatro al aire libre, ¡y de noche!

- Si pero, es que...

- Nada, ¡vos me seguís!

- Resignado ante su firmeza y decisiva actitud, acepté solamente decir: vaya pues, solo vamos a la casa a recoger mi calzoneta.

Fuimos a casa, agarré mi calzoneta y nos alejamos pasando por el Punto Viejo, camino al desvío, hasta tomar la carretera rumbo a Atecozol.

Ya eran pasadas las doce del mediodía y el sol se incrustaba inmisericordemente en nuestras humanidades por la espalda, calando profundamente hasta hacer que el cuerpo se mojara totalmente cubriéndose en sudor que se resbalaba desde nuestra frente hasta llegar a las canillas atléticas y elásticas pero, seguíamos caminando sin dejar –ni siquiera- que el pensamiento se desviara de nuestro propósito, a pesar del repetido intento de mi memoria de enlazarse con el lindo rostro de “aquella bicha” una y otra vez, y del recordatorio del compromiso adquirido ante la invitación a "nuestra" cita que se quedaría –en el mejor de los casos- como irresponsabilidad mía, sin contar que podría hasta causar que ella jamás me volviera a dirigir la palabra o que –incluso- pudiese llegarse a tomar como una burla hacia ella (lo que jamás me lo perdonaría yo, sabiendo lo mucho que ella me gustaba y peor aún, cuanto era ella asediada por otros).

Antes de llegar al desvío que conduce al Cerro Verde y al Lago de Coatepeque, pasando por el Ingenio de San Isidro, mi primo me empezó a contar que desde varios días había planeado hacer esa caminata como medio de preparación antes de la próxima temporada con la juvenil de futbol del equipo de la Universidad que jugaba en la liga mayor y que, eso era muy importante para él. Mirá Monsiour –añadió- yo se que vos sos bueno y aguantador para caminar y como yo necesito esa habilidad para demostrar mejoramiento ante el entrenador, planeé esta caminata, para que me acompañés ¿oíste?, además, solo nos iremos de ida a pies pues, para el regreso, tengo pisto para el pasaje en camioneta.

Como Nelson siempre había sido un buen primo, le dije que estaba bien que me hubiera tomado en cuenta (en realidad, hasta me sentí halagado con sus razones) y con más ganas, continué la marcha, acelerando los pasos de mis sudorosos pies que acarreaban mi humanidad pasando a la par de cercos que separaban de la carretera a aquellas explanadas de tierra vestidas de todos los tonos verde del espectro a causa de los extensos cañaverales que cubrían aquellas latitudes y que de vez en cuando –al ser estimulados por las bocanadas de viento- se volvían casi mares (así como nos dice aquel bello poema: "Eran mares los cañales, que yo contemplaba un día; mi barca de fantasía...") meciéndose ya sea rítmica o caprichosamente pero, mostrándose bellos e impresionantes siempre, teniendo al majestuoso e imponente Izalco al fondo como guardián y guía.

Los carros, camiones y camionetas nos pasaban rápidamente arrastrando el sonido, aire y polvo que jamás serían capaces de alcanzarles, mientras nosotros seguíamos en nuestro caminar.

Cerca de la entrada al cantón "La Puerta" íbamos cuando un camión que nos pasó, empezó a detenerse hasta parar totalmente unos metros adelante de nosotros, al llegar a él, las palabras del conductor (Ricardo "Pastilla") nos apuraron: ¿qué diablos andan haciendo ustedes cipotes?, vénganse para acá, al momento de decirle a su acompañante que nos abriera la puerta y que nos dejara entrar a la cabina del camión.

Resulta que Ricardo era un gran y viejo amigo de la familia pues había sido compañero en la escuela de algunos de mis tíos y hasta novio –creo- de la mamá de Nelson y pues, el nos quería ayudar.

Nelson trató de explicarle lo que pretendíamos hacer pero Ricardo no quiso escuchar y nos "obligó" a entrar al camión.

Una vez en camino, Ricardo nos contaba que llevaba a toda esa gente en la parte de atrás del camión que era originaria de un cantón de Jayaque hacia un cantón de Izalco adonde jugarían unos partidos de futbol. ¿Y ustedes para adonde van?, ¡pues vamos a Atecozol!, está bueno, yo los voy a dejar en mi camino y cuando termine el partido, voy a venir a recogerlos, ¿oyeron? está bueno –replicamos-. Bueno,

¡me esperan en el puesto de yuca de los Mariona! (terminó de decir Ricardo).

Ricardo viró el camión a la derecha y se metió por la calle que conduce a Atecozol a través de las sombras que los palos de guarumo, amate, pepeto y otros plantados en los cercos, proyectan sobre el suelo, dividiendo los límites de los potreros y la calle pavimentada hacia el parque.

La tarde estaba espléndida y soleada, con leves brisas que revoloteaban las ramas y hojas de los bálsamos, caimitos y palmeras que rodean las piscinas –primordialmente, la principal, que era nuestra preferida- y con las aguas ya un poco tibias a causa de la inyección de alta temperatura proveída por el sol en la mañana, hacía que todo pues fuera... invitador.

Rápidamente nos zambullimos al agua y emprendimos nuestra conocida rutina (que tácitamente con anterioridad la habíamos revestido de un carácter competitivo entre nosotros, para ver quién era el mejor – como siempre hacíamos en toda actividad, a pesar de nuestra diferencia de edades-); al estar ya un poco cansados y hambrientos decidimos ir a comer yuca con chicharrón, acompañada de una ricas minutas coronadas con jalea de tamarindo y después, nos fuimos caminando bajo la arboleda, pasando por el laberinto, rumbo a la piscina familiar, a joder un rato.

Ya habíamos regresado a la piscina principal y estábamos platicando con unas cipotas quienes habían llegado desde San Salvador, oyendo música del momento como aquella: ¡tú me amas, eres mi novia, desde que te conocí me gustó tu sonrisa; te sigo queriendo, ay no te vayas, quédate conmigo en este día...!, cuando mi primo me dijo que se le había caído el pisto, por lo que nos despedimos de las amigas y nos fuimos a caminar por adonde habíamos andado, con la esperanza de encontrar el pisto pero... ¡neles!..., nos habíamos quedado sin posibilidad de agarrar camioneta de regreso. Ya bastante entrada la tarde, vencido nuestro ánimo y sin ninguna otra alternativa, nos encaminamos al puesto de comida de los Mariona en el mercadito del turicentro, adonde divisamos a Ricardo con su chero, comiendo y también... tomándose unas "polarizadas". Nos recibieron bien contentos y nos preguntaron si queríamos comer yuca.

Salimos del parque y nos fuimos en el camión al cantón a recoger a los jugadores, Ricardo y su chero seguían tomando (unas "Pilsener" que llevaban en la cabina), llegamos al lugar y al terminar los partidos, salimos rumbo a Izalco para desde allí, tomar la carretera que nos llevaría al pueblo (creímos, mi primo y yo) pero, Ricardo paró el camión en una cantina de Izalco, para comprarse una "pacha" de 3-Puentes.

Salimos de Izalco rumbo al oriente y al pasar por el desvío de Atecozol, unos motorizados (de esos que se vestían con pantalón café y camisa beige) que tenían una especie de retén, nos hicieron señal que nos detuviéramos, Ricardo dudó un poco y quiso detenerse pero su chero le dijo que no se detuviera y que siguiera, al tiempo de balbucear un: ¡que coman mier... coles y no jueves, esos chuchos!, por lo que Ricardo decidió seguir conduciendo y condujo, nos condujo... hasta que al librar la cuesta y llegar al cantón Las Higueras, otro retén de los mismos policías nacionales, con carropatrullas atravesados en la carretera, deteniendo todo el tráfico y quiénes seguramente habían sido radiados por sus secuaces allá en el desvío de Atecozol, forzaron a Ricardo a detener el camión y justo cuando este se detuvo, ellos se abalanzaron contra la ventana del lado de él, golpeándole con la culata de su G-3 meramente en su nariz, lo que proporcionó un golpe seco y cruento, este golpe que fue seguido con varios otros mas y de jalones a su humanidad, hasta que lograron sacarle de la cabina y de tirarlo como un saco de papas contra el cerco alambrado del cual Ricardo quedó prendido en su espalda, al momento de ser pateado brutalmente por esos esbirros que irrespetuosos de la integridad física de otro ser humano, se burlaban mientras unos le proliferaban insultos verbales y otros, haciendo gala de altanería y gorilismo bestial, se orinaban en su cuerpo indefenso y lesionado.

Al voltearse contra nosotros, los esbirros, nos ordenaron a los menores que nos fuéramos del lugar, con tal mala suerte que solamente éramos cinco cipotes: Nelson y tres cipotías, aparte de mí. Ellas lloraban asustadas y no quisieron irse lejos de su mamá que todavía estaba encaramada en el camión; por más que quisimos convencerlas, no aceptaron y se aferraron a la falda de su mamá por lo que mi primo y yo, decidimos alejarnos del lugar.

Caminamos y caminamos bajo aquella oscurana amenazante y aterradora que con el pasar del tiempo, era interrumpida solamente por el paso de algún vehículo que no se detenía, ni se detendría, en esas circunstancias, para darnos un aventón, lo que implicaba, seguir caminando, caminando...

No sabía cuánto habíamos caminado ni cuánto nos faltaba pero, el miedo a ser alcanzados por los policías y ser maltratados, torturados y quizás hasta asesinados, me atribulaba, haciéndome caminar mas y mas rápido –forzando a Nelson, a hacer lo mismo-, al tiempo de en total silencio, pedirle al Todopoderoso que nos ayudara a salir sanos y salvos de esa, con la promesa de hacerme un mejor muchacho, es decir, de cambiar para ya no hacer sufrir a mis seres queridos.

Finalmente, como a eso de las once o doce de la noche alcanzamos el desvío del pueblo, subimos y al pasar por el parque, los últimos indicios de los acontecimientos religiosos del día habían sido reducidos a simples matochos de ramos desparramados en las aceras y de uno y otro borrachín desvelándose bajo el dominio de baco; nos encaminamos a casa adonde mi abuelita, sabedora de que andábamos juntos (lo que para ella significaba, que estábamos bien), al vernos, solamente dijo: ¡ya era tiempo que vinieran, acuéstense que es muy noche!

Me acosté y ahora cuento que de verdad en ese momento, no se me ocurrió que esos sucesos, ¡jamás se me olvidarían!, a tal grado que ahora, muchos años después, se los traigo cipotada chula, con la única idea e intención de rememorar sucesos de mi infancia, ¡tan lejana ya!, esperando me disculpen el abuso; al tiempo de reconocer que lo que Ricardo andaba haciendo en esa oportunidad no era bueno (manejar bajo la influencia del alcohol) pero, si puedo dar fe que él fue un ser humano amable, humilde y bondadoso y que, aunque él no hubiera sido así, no mereció (ningún ser humano debería) ser tan maltratado como fue a causa de esos bestias uniformados en esa noche horrible.

A estas fechas, Ricardo es ya un finado que pasó a vivir mejor que nosotros; recordándole con cariño y agradecimiento, le pido a Dios que le tenga en su reino.

Descansá en Paz, Ricardo (fuiste buena onda, conmigo y te agradezco mucho por todo, ¡nos vemos!).


Salú,

El Monsiour.

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Salí de la "Tierra Linda" en 1979 y siempre soñé y añoré con regresar y ver a la gente querida y a los lugares que me vieron hacer muchas cosas allá hace muchos abriles ya...