miércoles, 22 de mayo de 2013

Los Ojos de la Rosa, Segunda Parte - (Sobre Nuestra Condesa de Armenia), por Claudia Selser

Querida Cipotada Chula Buchona,

Por aquí le traigo los detalles de la segunda parte del escrito que sobre 

nuestra coterránea, señora Consuelo Suncín de Saint-Exupéry (nuestra 

querida Condesa de Armenia) ha hecho público la escritora Claudia Selser.

Espero que usted siga disfrutando de la lectura sobre esta grande nuestra 

que innojetablemente ayuda a colocar a nuestra querida Armenia en la 

vista del mundo.

Aquí está, gracias:

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¿Quién fue en verdad Consuelo Suncín, la flor coqueta, despeinada y mentirosa, que decía ser única en el mundo y que el principito mimaba y protegía “porque las flores son tan contradictorias y él era aún muy joven para saber amarla”? Su figura se fue delineando para mí a través de varias fuentes, pero fundamentalmente con las rigurosas investigaciones del poeta y novelista salvadoreño Manlio Argueta y las cálidas declaraciones de su sobrina, la abogada Mireille Escalante Dimas, quien dedicó a su hijo Félix un relato con todos sus recuerdos bajo el título “Mi tía Consuelo de Saint-Exupéry, la sacerdotisa de la diáspora salvadoreña”. 


María Consuelo Suncín nació en el barrio San Sebastián en la esquina formada en la 6.ª avenida norte y 1.ª calle oriente, en la ahora ciudad de Armenia, departamento de Sonsonate, el 16 de abril de 1901. Fue la primera de las tres hijas mujeres que tuvieron el coronel retirado Félix Suncín Monchez y Ercilia Sandoval, un matrimonio que debió afrontar el dolor por la muerte temprana, en cadena y sin explicación, de sus cuatro hijos varones. Consuelo fue asmática desde pequeña, una niña débil que nunca dejó de soñar con convertirse en alguien importante. 

Así lo atestiguó la escritora y poetisa salvadoreña Claudia Lars (su verdadero nombre era Carmen Brannon Vega), una de sus amigas en la niñez, en su libro Tierra de Infancia: “Si me guardas el secreto, te diré que voy a ser reina de un país lejano, y que tendré vestidos de plata y oro, y anillos y collares con piedras maravillosas... ¡Eso seré yo cuando crezca: una reina”, aseguró Consuelo a Lars, que estalló en carcajadas. 

De su increíble capacidad para contar historias, como una Sherezade salvadoreña, habló también la escritora Fabienne Bradu en el libro Damas del Corazón, donde aparece una versión escrita por Consuelo sobre su nacimiento: “Nací sietemesina, bajo los trópicos, durante un terremoto. Todo se derrumbaba a mi alrededor cuando di mi primer grito. Me dejaron al cuidado de un campesino brujo”, escribió, y nadie cree que pueda haber sucedido. 

Lo cierto es que el temperamento de Consuelo quedó de manifiesto a los 19 años cuando salió de su ciudad rumbo a San Francisco, Estados Unidos, algo bastante particular en una jovencita de provincia a comienzos de 1900. Su padre, temeroso por el asma y para calmar sus ansias de aventura, le tramitó una visa para estudiar inglés en esa ciudad con un clima más favorable. Allí comenzó también a estudiar dibujo y pintura y frecuentando el almacén para comprar óleos se enamoró de uno de los vendedores, el mexicano Ricardo Cárdenas, con quien se casó el 15 de mayo de 1922, ni bien cumplió su mayoría de edad. El matrimonio no duró mucho. Luego de enterarse de la muerte de su padre, el 8 de junio de 1923, Consuelo desapareció de la mira de la familia por algunos meses. Ella se despidió de sus amigos en San Francisco, expresando que regresaría a El Salvador, según una postal enviada en 1923 por su amigo don Carlos Dueñas, pero no fue así. Se dirigió con su marido a Mérida, en la península mexicana de Yucatán, a tramitar su divorcio y desde allí, estrenando libertad, se fue a la ciudad de México donde, según parece, quería estudiar abogacía. 
La próxima noticia la ubica esperando en las audiencias públicas que concedía el ministro de Educación José Vasconcelos. Según escribió Stanley Glower Valdivieso, quien fue secretario del filósofo, político y educador durante diez años, “ella esperó cuatro días para que la recibiera. Cuando la recibió, le pidió una audiencia privada, por lo que Vasconcelos la hizo esperar, sentada frente a él, otras cuatro horas. En todo el tiempo, le miraba de reojo las pantorrillas”, relata Glower. A partir de allí, Vasconcelos, de 44 años, y Consuelo, de 22, fueron amantes en una relación que quedó retratada en El Desastre, uno de los cuatro volúmenes de los libros autobiográficos del filósofo y educador mexicano. Consuelo aparece bajo el nombre de Charito. “Charito tenía música en la voz y la clave de esa melodía era su forma de hablar. Escucharle un relato era caer en un embrujo. Se encendía platicando y los versos más triviales adquirían en sus labios un encanto de esmaltes recién lavados”, escribió Vasconcelos antes de pintar con entusiasmo la “melodía de su cuerpo”, la “llama de sus ojos negros”, sus mejillas pálidas y la delicadeza de su cuello. 

Pero no todo era felicidad en la vida de Consuelo. Pasó más de un mes internada por otra crisis de asma en un hospital del D.F., tal como consta en unas líneas que le mandó a su hermana, desde su lecho de enferma: “Loris, he estado más de un mes en cama en un sanatorio, muy grave. Estos retratos los tomé en convalecencia, ya salí a la calle y luego me iré de México. 

Hasta enero puedes escribirme a Madrid 7. 

Te quiere mucho. 

Consuelo”. 

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Salí de la "Tierra Linda" en 1979 y siempre soñé y añoré con regresar y ver a la gente querida y a los lugares que me vieron hacer muchas cosas allá hace muchos abriles ya...